miércoles, 30 de julio de 2008

INSECTOS



Al estrecharle la mano noté una vibración muy leve, sorda. Por un momento pensé que la causa era mi propia circulación sanguínea y no le di más importancia.
Tras el saludo oportuno, entramos en la sala de reuniones y nos sentamos frente a frente. Sobre la mesa de cristal opalino, comencé a desplegar documentos, archivos de imágenes, instrucciones tomadas de apuntes y demás datos, con los que debía explicarle a mi interlocutor el trabajo a realizar.

Con mi mejor disposición, pasé a exponerle los antecedentes de aquel trabajo, las sutiles preferencias del cliente, las indicaciones del jefe de producto. Al principio no lo advertí, después de unos minutos me di cuenta de que aquel individuo, no asentía a mis instrucciones, no objetaba nada, no intervenía después de mis pausas.

Enseguida pensé que no me estaba explicando bien y cambié de registro, expuse las cuestiones con un ritmo más pausado, tampoco demasiado para que no creyera que me dirigía a un tonto. También eliminé las pequeñas cuñas humorísticas con que normalmente ilustro estas cuestiones, para favorecer y hacer más distendida la comunicación.

No obtuve ningún cambio en su actitud. Comencé a revolverme en mi silla, admito que me puse un poco nervioso, incómodo. Pensé qué era lo que estaba fallando en aquella entrevista. Cómo me miraban aquellos ojos sin fondo, yertos como pequeñas piedras negras.

Intenté reconducir aquella situación, comunicarme de algún modo. En eso estaba cuando llamó a la puerta Vicky, la nueva y extraña secretaria de departamento. La hice pasar aprovechando que me consultaba un tema aparte. Le presenté a aquel sujeto, dado que ella también sabía algo del asunto que estaba sobre la mesa.

Lo que ocurrió a continuación fue espantoso. Puedo contarlo ahora ya que ha transcurrido el tiempo suficiente para serenarme dentro de lo posible. Aquel visitante y Vicky se pusieron en contacto inmediatamente, mientras yo me levantaba de la silla aterrado. Me fui hacia un rincón de la sala presa de una mezcla de horror y asco.
De las cabezas de ambos surgieron finísimas y sensibles antenas, de sus costados aparecieron como en una visión, élitros y pequeñas alas que de inmediato empezaron a zumbar. Un entusiasmo frenético los envolvía, eran jóvenes, vibraban como la vida lo hace en primavera, se comunicaban a la perfección frotando entre sí sus sensibles antenas.

Quedé automáticamente excluido de aquel encuentro. Desde mi rincón observé como se mostraban sus nuevos i-phone, creí entender que hablaban de los últimos videojuegos de la Play -en su pintoresco lenguaje de fricción- y del éxito del último concierto de un grupo de nombre impronunciable.

Salí de allí sin que lo advirtieran, atravesé el pasillo y me refugié en el lavabo. Me lavé la cara, quise pensar que aquello solo era un sueño, pero no, por desgracia era muy real.
Al salir busqué el apoyo de mis congéneres. No encontré a nadie, volví a mi despacho y me encerré.

Los insectos tienen razón, hace más de cien millones de años que viven en el planeta. Desapareceremos los mamíferos y ellos con toda probabilidad continuarán, de ellos es el futuro, ellos poblarán la Tierra.

domingo, 20 de julio de 2008

EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD



El médico me dedicó una mirada escéptica.
-Pase a la sala de al lado y desnúdese.
No había más remedio que aceptar la sucesión de pequeñas humillaciones que conllevaba todo el proceso.
Tumbado en la camilla, me abandoné a las prácticas del galeno; auscultación, toma de la tensión arterial, mediciones de diámetros de extremidades y la prueba final de la báscula: 100,4 Kg. El resultado de años de abandono a los placeres dionisíacos.

-Ya se puede vestir.

Volví al despacho para contarle mis hábitos alimentarios, mientras pensaba que estaba llegando al fin de una época.
Volví a la semana siguiente con los resultados de la analítica. Decidido a aceptar unas normas solo comparables a la más exigente de las sectas. El doctor me extendió un papel con la descripción de la dieta:
El bacalao al pil-pil, sería sustituido por los espárragos en conserva, las albóndigas con sépia, por acelgas aliñadas con el mínimo aceite, los arroces a la marinera por una rebanada de pan de molde al día, las raciones de pescadito frito por el pescado hervido y el jamón ibérico por fiambre de pavo.

Debió observar mi expresión de abatimiento, cuando me dijo: “Las dietas son tristonas. Antes de empezar asegúrese que tiene la suficiente motivación para iniciar este penoso proceso”.
El doctor que se había formado en clínicas centroeuropeas a juzgar por los diplomas y títulos que exhibía en las paredes, pulsó un botón de su teléfono y poco después aparecieron las que él llamó “las Hermanas Búlgaras”.

-Estas señoritas forman parte de la terapia, le ayudarán y estimularán en la consecución de su objetivo.
Las saludé y correspondieron con una mirada fría y displicente. La morena llevaba un corte a lo garçon y la rubia media melena. Eran de estatura media, ciertamente elegantes. Sus vestidos negros de falda corta resultaban paradójicos en la consulta.

-Cada semana deberá ud visitarnos. Quedará establecido un programa de pérdida de peso, que le facilitaré en una tabla. Si Ud. no cumple con la reducción indicada en la tabla, intervendrán las Hermanas Búlgaras.

En ese momento las miré de reojo, preguntándome en qué consistiría su método persuasivo. Enseguida el doctor despejó la incógnita.

-Como sabe, la comida es la droga más dura que existe. La de consumo más fácil, se encuentra en todas partes, sólo con salir a la calle los estímulos para su consumo son infinitos. Por no hablar de la publicidad con su bombardeo constante. Además, culturalmente nuestras madres se han encargado desde siempre de incitarnos al consumo de grandes platos en reuniones familiares donde la comida es protagonista principal.
En definitiva estamos hablando de una adicción peligrosa en extremo, que requiere soluciones drásticas.

Aquella exposición era irrefutable. No pude hacer otra cosa que asentir sin resistencia a tales razonamientos.

-El nuestro, es un método de última generación, practicado con notable éxito en Alemania y Suiza. Se trata de trabajar al unísono el cuerpo y la mente. El cuerpo, después de los primeros quince días se habitúa con cierta facilidad a la nueva situación de carencia, no así la mente. La mente precisa de estímulos mucho más expeditivos. Es aquí donde intervienen las Hermanas Búlgaras, aplicando a los pacientes técnicas psicológicas basadas en la humillación y el castigo corporal.

Las dos mujeres de pié, se situaron a ambos lados del doctor, completando una escenografía que aumentaba el poder del médico sentado en su trono. Sentí miedo, quise salir de allí y dejarlo todo.
Las Hermanas parecieron leer mi pensamiento y me sonrieron levemente con su helada mirada.

-El procedimiento es muy sencillo. Ud. comparecerá aquí una vez a la semana. Después de un pequeño reconocimiento, la báscula será el juez que dictará una sentencia inapelable. Si no ha llegado a la cifra indicada en la tabla, pasará a la sala de castigo, donde las Hermanas cumplirán con su cometido.
Diciéndome estas palabras, el doctor me acompañó a una sala absolutamente blanca. De las paredes colgaban extrañas indumentarias, una suerte de trajes de submarinista, incomprensibles caretas antigás e instrumentos cuya función no acerté a imaginar. Las Hermanas Búlgaras me cerraban el paso por detrás.
Diversos lemas grabados en las paredes, escritos en una tipografía clásica, completaban el inquietante escenario:

No te aborrezcas a ti mismo. Cuida tu imagen.
Come para vivir, no vivas para comer.
La dieta alarga la vida.
Cuando comer es un vicio, deja de ser un placer.
Dentro del frigorífico está tu peor enemigo.

-Amigo mío, vivimos unos tiempos, donde los valores han sido destruidos. Conceptos como disciplina y autocontrol han caído en desuso. La mayoría de la población no practica otra religión que el consumismo fácil y el placer inmediato. Entregándose a una vorágine sin fin, de sensaciones vacías que no conducen sino al exterminio de la especie.

Tuve que apoyarme en la camilla central de la sala. Sólo quería salir de allí.

-No le diré que el proceso sea fácil. Algunos de nuestros pacientes, se han transtornado con el tratamiento y lejos de perder peso, se han mantenido en él, incluso lo han aumentado. Asisten cada semana al particular purgatorio de las Hermanas, con su voluntad completamente destruida.
Por suerte la sala está insonorizada....
Confío en su fortaleza de espíritu para superar esta prueba. Ud. y su cuerpo me lo agradecerán.

Salí de allí aterrado. El ajetreo de la calle me devolvió a lo cotidiano, sin embargo no pude pensar en otra cosa que en aquella consulta dantesca. Pero por una vez decidí enfrentarme a aquella endemoniada prueba para cuerpo y mente.

Sólo tenía que encontrar una motivación tan fuerte como para vencer aquellos peligros de toda índole.
No se me ocurrió otra cosa que recurrir a una fuerza mayor que el miedo y las privaciones. Me encomendé al erotismo.
Imaginé un futuro de cuerpo de anuncio Calvin Klein, de colonia para hombres que dejan huella. Cuando llegara a ese estado, cualquier esfuerzo habría merecido la pena.

Con éste férreo convencimiento, las semanas se sucedían una tras otra y la aguja de la báscula indicaba cada vez un peso inferior, incluso aventajando lo indicado en la tabla. En mis visitas, aparecían un momento en la consulta las Hermanas Búlgaras. No podían contener sus miradas de arpía, sedientas de someterme a sus torturas, mientras les indicaba la cifra marcada en la báscula, que me libraba de todo mal. Inmediatamente se retiraban a su sala blanca como vampiras frustradas.

Han transcurrido casi cuatro meses, desde el inicio del proceso. He perdido 16 Kg. y el ansia de comer se ha difuminado. Me muevo con más ligereza, he tenido que renovar casi todo el vestuario. Los amigos y conocidos destacan admirados mi visible adelgazamiento.

Mi objetivo se va a cumplir muy pronto, solo me quedan 4 kg. por perder. Este sábado he quedado con dos mujeres de un país del este. Siempre me ha atraído el misterio de las eslavas.

miércoles, 9 de julio de 2008

PARADISE OF THE SEA



-Señor, le agradesco que haya dedicado una semana de su vida, a pasarla con nosotros. Estamos para haserle felís, en esta semana. Que la pase bien.

Y el camarero dominicano, dejó el café sobre la mesa, con gran ceremonia.

-Gracias.
-De ninguna manera Señor, que ocurrensia...

“Una semana de su vida”, me conmovió. Era una visión casi filosófica de lo que yo estaba haciendo allí. Realmente estaba dedicando una semana de mi vida dentro de aquel paraíso flotante de bebidas no incluidas en el precio.
Inmerso en aquella amabilidad abrumadora, dejé de ser invisible para los camareros, que servían con una celeridad desconocida en tierra.

Todo era obsequioso y servicial. Al encontrarme con un Animador en el ascensor, éste, enseguida iniciaba una agradable conversación que evitaba el embarazoso silencio colectivo de esos cubículos.
Incluso el simulacro de emergencia, fue agradable. Con los chalecos salvavidas puestos, dos lindas instructoras, hacían olvidar cualquier peligro futuro. Me extrañó su elástica belleza y el exceso de maquillaje, hasta que más tarde las vi evolucionar como integrantes del cuerpo de baile del teatro. He dicho teatro... una gran sala con butacas tapizadas y capacidad para mil espectadores con rutilantes espectáculos musicales y de variedades que hacían las delicias de los pasajeros.

-Señoreees... Buenas nocheeesss. Esta noche tenemos una carta exselente... (Curioso, la de ayer también dijo que era excelente...). William (¿), el camarero peruano, asignado a mi mesa, procedía a recitar los exquisitos platos de la cena. Con una amabilidad inquietante, describía la elaboración de los mismos. Para seguirlo en condiciones había que ser conocedor de los secretos de los grandes Chefs.
Tuve que recurrir a mi memoria gastronómica para apostillarle algún comentario que me dejara como un “connaiseur”, ante aquella profusión de expresiones francesas.

Acto seguido aparecía el camarero ocupado de las bebidas (no incluidas). Por suerte la carta de vinos era parca y asequible a mis escasos conocimientos. Evité la ceremoniosa prueba del vino, diciéndole que confiaba plenamente en la calidad de la botella y en caso contrario ya cambiaría las copas.

El Director de Crucero o maestro de ceremonias -una especie de Berlusconi escuálido-, daba instrucciones por megafonía, con su característico acento italiano. Presentaba los espectáculos, anunciaba las escalas, leía el programa del día siguiente etc., condimentando sus peroratas con chistes trasnochados. Su lamentable simpatía de guiñol, me acompañó durante toda la travesía.

La tercera noche, cena con el capitán invisible. Sólo se dejó fotografíar con los ocupantes de las suites. El resto del pasaje sólo lo vimos en el escenario del teatro, cuando presentó a sus 500 tripulantes de más de 20 nacionalidades distintas, entre estudiados gags. El capitán resultó ser todo un showman.


Los largos pasillos sin fin, de acceso a los camarotes, me producían angustia. Era inevitable, me venía la imagen de aquellos niños y aquella sangre de “El Resplandor”. Mientras eso sucedía, cruzaba sonrisas de saludo con el personal del servicio de cabinas que aparecía por el corredor.

Siempre cabía la posibilidad de liberar el espíritu, al aire libre en cubierta, con la brisa en la cara, el sol mediterráneo y la panorámica infinita del mar. O quedar absorto en popa observando la estela producida por las hélices. Sin embargo, la algarabía de 500 cruceristas chapoteando en las piscinas, remojándose en los jacuzzis, participando en juegos y bailes instigados por los animadores, bajo incansables ritmos tropicales, hacían imposible cualquier momento de paz y contemplación.

La posibilidad de pasar un rato tranquilo, se reducía a dos estancias: el camarote (por suerte era exterior) o un recóndito salón reservado a fumadores de puros, que permanecía completamente vacío a media mañana. Me refugié allí, lejos de la atención de los solícitos camareros y de cualquier otro ser viviente. Descansando de tanta felicidad prefabricada.

En aquella soledad sentí miedo. Me puse en el lugar de la tripulación y no pude evitar pensar en la idea de una rebelión a bordo, que daría paso a la venganza colectiva de aquellos obsequiosos sirvientes, contra aquella masa de pasajeros con aspiraciones de nuevo rico.

Me dominó la angustia, cuando vi acercarse lentamente a mi salón aquellos tres camareros negros, semejantes a zombis haitianos, presentí el final.

“La música latina cesó hace días, solo se escuchan lamentos entre el hacinamiento en popa. Todo el pasaje permanece recluido en pocos metros cuadrados, la abundancia sin límite de días pasados se ha convertido en hambre y sed.

Amenazados por la tripulación, permanecemos temerosos como un rebaño de ovejas, sin posibilidad de negociación ni trato alguno. Un ciego deseo de venganza los domina, las escenas de humillación a que son sometidos los pasajeros, son indescriptibles...”.

-Señor, desea tomar alguna cosa?

La untuosa voz del camarero, me rescato de mis pesadillas.

-Eh, si, un carajillo, por favor.

Volvió a los tres minutos con el pedido.

-Gracias.
-Que ocurrensia Señor, estamos aquí para servirle.

El mar seguía avanzando por el ojo de buey.

domingo, 6 de julio de 2008

CINCO SEGUNDOS



Era la hora del relax. Después de la cena, los pasajeros ocupábamos el bar musical amenizado con actuaciones en vivo. Sentado en una butaca tapizada, algo raída en los brazos, descansaba del trajín de un día de visitas exprés, a lugares de belleza típica, con comercios de recuerdos adocenados. Cumpliendo con el furor del viajero con tiempo limitado, que apenas deja espacio para las sensaciones.

Mientras esperaba un café, paseé la mirada entre aquella masa heterogénea de turistas embarcados, en una panorámica lenta, indolente. Dos mesas más allá, una melena rubia de espaldas, formaba parte de un grupo de dos parejas. Brillaba bajo la luz lateral de uno de los focos del techo. La otra mujer mostraba su perfil de mediana edad, los dos hombres, uno calvo y el otro de pelo cano.

Continué mi panorámica visual por el resto de la sala, al volver la vista sobre aquel grupo, la cabeza rubia giró y apareció una cara serena, un poco ajada, de una elegancia propia de actriz años cincuenta, de mirada clara y expresión tranquila. Desapareció por unos momentos toda aquella turbamulta de entusiastas jubilados, parejas jóvenes con niños y algunos garrulos, mientras sus ojos, parecían preguntarme por qué la miraba sin apartar la vista por espacio de cinco segundos, hasta que volvió a girar la cabeza hacia su mesa.

Al día siguiente, finalizaba el viaje entre la agitación del desembarco, los aeropuertos, maletas, esperas y el cansancio de aquel rápido periplo entre islas y ciudades emblemáticas, cuyas imágenes quedaron registradas para después, recrear con más calma aquellos días. Y no volver a ver nunca más a los pasajeros de aquel crucero.