sábado, 19 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD



Carlos y Juan han entrado ya en la sesentena. Tienen cosas en común: sus largas conversaciones sobre lo divino y lo humano, su afición por el arte, la cultura , las ideas políticas (ambos de izquierdas). Suelen visitar exclusivas galerías, donde encontrar piezas de dificil adquisición. Antes de comprar, Carlos siempre cuenta con la opinión y el juicio de su amigo.

Por diversos avatares del destino un tanto desafortunados, Juan trabaja desde hace años en la empresa de Carlos.

En un apacible mediodía del primer viernes de diciembre, todo el mundo en la oficina recoge los abrigos y las carteras para salir hacia el deseado fin de semana.

-Juan ¿puedes venir a mi despacho?
-Voy enseguida Carlos.

Carlos, desde su sillón de gerencia, presenta un aspecto fúnebre. El rostro color ceniza, los brazos en un gesto oblicuo de mantis religiosa. El cuerpo replegado en sí mismo. Todo un lenguaje corporal dramático para anunciarle a Juan lo mal que va el negocio.

- Las cosas van muy mal. Hemos facturado un 30% menos este año, respecto al anterior. La crisis es terrible, la peor en toda la historia de la empresa. Tienes que ayudarme Juan. No podemos mantener el gasto fijo que representa tu puesto de trabajo. Deberías dejar la empresa y trabajar de forma externa como free lance. Te encargaremos trabajos cuando el personal fijo esté saturado, que espero que sea pronto. Cuando se recupere la economía.

Juan no sabe que responder, mientras sus ojos muestran una extraña querencia hacia el cuadro del despacho adquirido por Carlos hace tan solo quince días, valorado en 60.000 euros.

- Lo entiendo Carlos, ha sido un año muy difícil. Pero lo que más me preocupa es tu aspecto. Te veo muy consternado, no sé si tu salud se resentirá. Debes sobreponerte y..

- Agradezco tu comprensión Juan. Naturalmente como muy bien entenderás, lo que acabamos de acordar entra en vigor hoy mismo. De manera que en este mismo mes de diciembre tu relación con la empresa ya es externa, por tanto no podremos pagarte diciembre ni la paga de Navidad. Pero bueno, los detalles de tu nueva colaboración con la empresa, te los comentará la directora de personal.
Me has quitado un peso de encima Juan. Que bien nos entendemos entre amigos.

Acto seguido Carlos se levanta adoptando de nuevo una forma homínida. Parece haber recobrado un aspecto jovial en una rápida y extraña metamorfosis y le da un fraternal abrazo a Juan, quien responde con otro abrazo automático carente de fuerza.

Juan se va pensando como en una nube, en los beneficios acumulados por la empresa año tras año antes de la crisis. En el inmenso patrimonio personal de Carlos que no podrían gastar sus herederos ni en veinte generaciones y comprende por fin cual es la única religión del mundo y quienes son sus devotos fieles.

Camino hacia su casa, cavila para encontrar una fórmula, lo más amable posible para contarle a su mujer la nueva situación. Pasa delante de los grandes almacenes armados con su agresiva decoración navideña, en los que este año no podrá entrar. Un torbellino de luces intermitentes y villancicos rancios parecen poner la imagen y el sonido a la película negra y surrealista que es su vida.

Una vida equivocada, como la de un espíritu viviendo en un mundo material.

sábado, 14 de noviembre de 2009

10 ERRORES MAS FRECUENTES CON LAS MUJERES



ERROR #1: Ser Muy “Buen Hombre” ¿Te has dado cuenta que las mujeres realmente atractivas nunca parecen sentirse atraídas por los hombres “buenos”?Por supuesto que sí. Tal y como yo lo he hecho. Estoy seguro que tienes amigas atractivas que parece que siempre salen con “patanes”... pero por alguna razón ellas nunca estuvieron románticamente interesadas en TI. ¿Qué está pasando aquí? En realidad es muy simple... Las mujeres no basan sus decisiones para elegir a los hombres en qué tan "buenos" sean. Ellas eligen a los hombres porque sienten un poderoso nivel de atracción hacia ellos. Y adivina qué. Ser bueno no hace que una mujer sienta una atracción poderosa. Y ser bueno no hace que una mujer te elija. Me doy cuenta que no tiene mucho sentido lógico, y es difícil aceptarlo... pero supéralo. Hasta que aceptes el hecho y comiences a actuar sobre ello, nunca tendrás el éxito que deseas con las mujeres.

Ya, pero mire es que no se me da bien ser malo, no me sale. Enseguida me muestro amable con ellas, les sonrío, intento ser caballeroso. Procuro iniciar una conversación interesante, tratarlas como a iguales...

ERROR #2: Tratar De "Convencerla De Que Le Gustas" ¿Qué hacen la mayoría de los hombres cuando conocen a una mujer que les gusta realmente... pero que ella no está interesada?¡Correcto! Tratan de “convencerla” para que sienta de diferente manera. Bueno, mira... ¡Nunca cambiarás la manera en que siente una mujer en lo que se refiere a la atracción. !Nunca, jamás. No puedes convencer a una mujer de que sienta algo diferente por ti con “lógica y razonamientos”. Piénsalo. Si una mujer no “siente algo” por ti, ¿Cómo vas a esperar que cambie sus sentimientos tratando de hacerla "razonar"? Pero todos lo hacemos. Cuando una mujer no está interesada, rogamos, suplicamos, la perseguimos y hacemos lo mejor que podemos, para que ella cambie de parecer. Mala idea. Una que no funcionará nunca.

-Tiene razón, es una sensación que he sentido muchas veces. Lo veo en sus caras, en su mirada escéptica y displicente. Me hacen sentir como fuera de lugar, ridículo.

ERROR #3: Buscar Su Aprobación O Permiso En nuestro deseo de complacer a una mujer (que erróneamente pensamos que hará que le gustemos), nosotros los hombres siempre hacemos cosas para obtener la “aprobación” o el “permiso” de una mujer. Otra idea horrible. Las mujeres nunca están atraídas por los hombres que las adulan... jamas. No me malinterpretes. No tienes que tratar mal a una mujer para gustarle. Pero si piensas que tratar bien a una mujer significa que “siempre tienes qué obtener su aprobación y permiso para hacer las cosas", piénsalo dos veces. Nunca tendrá éxito buscando su aprobación. Generalmente, a las mujeres no les gustan los hombres que buscan su aprobación.¿No me crees? Sólo pregúntale a una mujer atractiva si los hombres pusilánimes que la cortejan y desean su aprobación la irritan.

-No hace falta preguntarles, la mayoría de las veces con su actitud ya me están diciendo que no les intereso para nada.


ERROR #4: Intentar “Comprar” Su Afecto Con Comida Y Regalos ¿Cuántas veces has llevado a una mujer a cenar, le has comprado regalos y flores, y te ha rechazado por alguien que no la trataba la mitad de bien de lo que tu lo hiciste? Si eres como yo, esto te habrá pasado frecuentemente. Bueno, adivina. Es natural que esto pase... Es correcto, dije natural. Cuando haces esas cosas, envías un mensaje claro:“No creo que le gustaré por quien soy, así que voy a intentar comprar su atención y su afecto".Tus buenas intenciones generalmente dan la impresión de una sobre-compensación por inseguridad y de ser débiles intentos de manipular. Es correcto, dije que las mujeres ven esto como manipulación.

-Quién no ha pasado por el proceso de cenas y demás...Pero nunca lo vi como compensación a mi falta de otros valores propios y mucho menos como manipulación. Dios mio esto cada vez es más complicado...


ERROR #5: Compartir “Tus Sentimientos” Muy Pronto En Tu Relación Otro error enorme y desafortunado que cometen la mayoría de los hombres el compartir demasiado pronto lo que "sienten".Las mujeres atractivas son raras.Y obtienen mucha atención de los hombres. La mayoría de los hombres no se dan cuenta de esto, pero las mujeres atractivas están siendo asediadas de una u otra forma todo el tiempo.Una mujer atractiva generalmente es acosada varias veces al día por los hombres que están interesados. Esto se traduce en docenas de veces por semana y a menudo en cientos de veces al mes.Y adivina...Generalmente las mujeres atractivas han salido con muchísimos hombres.Es correcto. Tienen experiéncia. Saben qué esperar.Y una cosa que desalienta a una mujer atractiva y la hace alejarse rápidamente es un hombre que comience a decirle "Sabes, de verdad, de verdad me gustas" después de una o dos citas.Esto le indica a la mujer que eres igual a los otros hombres que se enamoran de ella rápidamente... y no pueden controlarse a si mismos. No lo hagas. Domínate. Relájate. Hay una forma mucho mejor...


- De alguna forma hay que empezar, ¿no?. No vas a acercarte a ella porque compartes la misma afición por coleccionar fascículos...En cuanto a la gran experiencia de ellas en las citas, peor me lo pone. Entonces puedo quedar muy abajo en el ranking...Esto cada vez es más confuso.


ERROR #6: No “Entender” Cómo Funciona La Atracción Para Las Mujeres Las mujeres son muy diferentes a los hombres cuando se trata de la atracción. Necesitas aceptar este hecho y lidiar con él. Cuando un hombre ve a una mujer joven, sensual, instantáneamente siente una atracción sexual. ¿Pero se aplica la misma regla para las mujeres? ¿Las mujeres sienten atracción sexual por los hombres basadas en su apariencia? ¿O pasa algo más? Bueno, después de estudiar este tema por casi cinco años, puedo decirte que generalmente las mujeres sienten que sus “mecanismos de atracción” se disparan por cosas diferentes a la apariencia. ¿Has notado que ves más hombres promedio y no atractivos con mujeres hermosas? Piénsalo. Las mujeres se sienten más atraídas por ciertas cualidades de los hombres... y se sienten más atraídas por la manera en que las hace sentir un hombre que por su sola apariencia. Si sabes cómo usar tu lenguaje corporal y comunicar correctamente, puedes hacer que una mujer siente el mismo tipo de la atracción sexual poderosa que tú sientes cuando ves a una mujer joven, sensual y atractiva. Pero no es un accidente. Tienes que aprender como hacerlo.Y cualquier hombre puede aprender cómo...

- Vaya al grano y dígame cuales son esas cualidades encantadoras para las mujeres. Mi último lenguaje corporal fue verter mi café sobre su blusa y....

ERROR #7: Pensar Que Se Necesita Dinero Y Apariencia Uno de los errores más comunes que tienen los hombres es darse por vencidos antes de haber empezado... porque creen que las mujeres atractivas sólo están interesadas en los hombres que tienen apariencia y dinero... o en hombres que tienen cierta estatura... o en hombres que tienen cierta edad.Y seguramente, hay algunas mujeres que sólo están interesadas en esas cosas. Pero la mayoría de las mujeres están mucho más interesadas en la personalidad masculina que en su billetera o apariencia. Hay rasgos de personalidad que atraen a las mujeres como un imán... Y si aprendes cuáles son y cómo usarlos. Tú puedes ser uno de esos hombres. No tienes que “renunciar” a una mujer sólo porque no eres rico, alto o guapo. Déjame decírtelo nuevamente: Si sabes cómo usar tu lenguaje corporal y la comunicación de manera correcta, puedes hacer que las mujeres sientan la misma atracción sexual poderosa hacia ti que tú sientes cuando ves una mujer joven, sensual y atractiva.

-Oiga, ¿no tendrá todo un mismo origen, obtener dinero y conquistar mujeres? Me parecen habilidades afines. Tendré que mejorar mucho mi lenguaje corporal y la comunicación, me temo. Para conseguir que sientan el mismo interés que yo hacia ellas. Tal vez algunas clases de baile....

ERROR #8: Darles Todo el Poder a las Mujeres Previamente mencioné que es un error buscar la aprobación o el permiso de una mujer. Bueno, otra táctica similar que usan muchos hombres es darles todo el poder a las mujeres. Dicho de manera diferente, los hombres tratan de conseguir gustarles a las mujeres haciendo lo que ellas desean. Otra mala idea... Las mujeres nunca se sienten atraídas por los hombres a los que pueden derrotar completamente... ¡Las mujeres no se sienten atraídas por los pusilánimes!

-A mí me lo va a decir....Siempre acabo haciendo cualquier cosa que ellas desean y quedando como amigos...(maldita categoría la de amigo)

ERROR #9: No Saber EXACTAMENTE Qué Hacer En Cada Tipo De Situación Con Las Mujeres Ahora voy a dejarte estupefacto.Una mujer siempre sabe lo que estás pensando. Las mujeres son aproximadamente diez veces más hábiles que los hombres para leer el lenguaje corporal. Eso es diez veces. Lo sé, puede ser difícil de creer. Pero, por ejemplo, si estás en una cita con una mujer y quieres besarla, ella lo sabe. Y si no sabes exactamente qué hacer, y exactamente como besarla, y sólo te sientas ahí y te pones nervioso, ¡Ella no te ayudará! Y esto se aplica a todos los aspectos de las mujeres y las citas... Acercarse a una mujer, conseguir su número telefónico, invitarla a salir, besarla, hacer contacto físico... todo. Si no sabes qué hacer en cada situación, probablemente lo arruinarás... y perderás todo. Y lo sabes. Es vitalmente importante que sepas exactamente cómo ir de un paso hasta el siguiente con una mujer... desde el primer encuentro, hasta la cama.

-No hace falta que sean diez veces más listas para saber lo que estoy pensando, ¿no cree? ¿Me está sugiriendo una planificación de pasos en toda regla? Nada menos que tengo que saber exactamente en que momento debo besarla sin ponerme nervioso, etc. Para conseguir eso, YO tendría que ser mujer.

ERROR #10: No Conseguir AYUDA Este es el error más grande de todos. Es el error que hace que los hombres nunca tengamos la clase de éxito con las mujeres que verdaderamente deseamos. Lo sé, a los hombres no nos gusta parecer débiles o impotentes. No nos gusta pedir ayuda. Oye, yo mismo he estado ahí. Pregúntame algo sobre mí y cómo descubrí la manera de tener éxito con las mujeres... Hace cinco años me cansé de no saber cómo acercarme, conocer y tener citas con las mujeres que me atraían. Me frustraba muchísimo. Una noche en que salí con un amigo, vi a una mujer con la que me hubiera gustado salir, pero no tuve el valor de pedírselo. Todavía puedo recordar esa noche... justo ahí tomé la decisión de hacer lo que fuera necesario para aprender a tener éxito con las mujeres y las citas. Bueno, después de mucho trabajo duro y de intentar toda clase de cosas locas, finalmente lo descubrí todo. Ahora puedo acercarme a casi cualquier mujer y conseguir su número telefónico casi instantáneamente. He salido con modelos, actrices y con mujeres normales también. Ha sido una experiencia muy gratificante. Ya no tengo esa sensación enfermiza e insegura... como no saber cómo conocer mujeres... y la posibilidad de permanecer solo. Sé que en cualquier momento, en cualquier parte, puedo salir y conocer mujeres atractivas.

Bueno tal vez yo también pudiera hacer algo parecido llevando 3 o 4 whiskys...A diferencia de Usted, la presencia de una mujer que me atrae, me perturba al instante. Diríase que mi inteligencia y habilidades, disminuyen en proporción directa a su atractivo. El resultado como puede adivinar es torpe y patético. Le aseguro que es una verdadera tortura, pues interiormente, al mismo tiempo analizo la situación observándome a mí mismo como si fuera una mosca en la pared. Siendo protagonista y espectador de lamentables escenas que no desearía ni a mi mayor enemigo.

¿A cuánto ascienden sus honorarios por consulta?

martes, 3 de noviembre de 2009

ESCRITURA TERMINAL



Una mañana vino a visitarme un anciano. El desconocido se acercó a mi cama, aprovechando la hora en que no hay visitas. Debajo de sus ojos azules, se veía la carne enrojecida de unos párpados caídos, vencidos por los contratiempos de toda una vida. Permaneció un rato en silencio, hasta que con un hilo de voz gastada me dijo:

-Mi hija no tiene a nadie que le escriba cartas de amor.

Traté de hacerme con la insólita situación y pregunté al anciano si su hija había perdido a alguien recientemente.

-Mi hija hace mucho que permanece casi inerte en su cama. Muchas noches no puede dormir pensando en que el día siguiente será tan desolador como el anterior , o quizá el último sin haber tenido una historia de amor verdadero.

Días antes de ingresar en el hospital, había entregado mi última recopilación de relatos a la editorial. Quería olvidarme de la escritura por un tiempo o tal vez para siempre y abandonarme a la acción de los médicos en su lucha contra mi enfermedad. Estaba saliendo de los nebulosos días del postoperatorio, donde el único contacto con la realidad era el dolor sordo y punzante al que ya me había acostumbrado.

Me molestaban las visitas de familiares y amigos, en las que procuraba mantener un humor de circunstancias, mientras leía en sus rostros toda case de emociones contenidas. El que manifestaba un optimismo exaltado como haciéndome creer que me hallaba en un hotel de vacaciones. Quien me hundía aún más con su mirada de extremaunción. La exasperante pena de mi madre que una vez más me hacía sentir culpable por haberla defraudado con mi mala salud. Los que venían con prisa para cumplir.

Llegué a aborrecer los tranquilizantes tonos verdes de las paredes, el gris del armazón de la cama articulada, la madera natural de la mesilla. Echaba de menos los terciopelos rojos y las maderas negras de los bares nocturnos y su bullicio que pertenecían ya a un mundo lejano, en las antípodas de aquel ámbito aséptico. Tan solo me confortaba a veces, el trato profesionalmente dulce de algún personal sanitario.

-Mi hija esta en la octava planta. Cuando Usted se vaya recuperando, cuando se encuentre con ánimo, le ruego inicie una correspondencia con Clara. Es lo único realmente valioso que puedo hacer por ella, mi último regalo, sin que ella lo sepa. No le queda mucho tiempo.

Tal vez mi enfermedad era la manifestación física de mi deseo inconsciente de terminar de una vez con una vida equivocada y cobarde. Acabar con la pesadilla de los deseos incumplidos, con la tensión incesante entre la realidad y los sueños.

Sin embargo, la propuesta de aquel anciano, tan romántica como absurda, me inyectó una substancia regeneradora y extraña que me empujaba de algún modo a salir a flote como un cadáver obstinado en salir a la superficie. Dos días más tarde escribí una primera carta a Clara, fantaseando con ser un antiguo admirador secreto que hasta ese momento nunca se atrevió a dirigirse a ella. El remite indicaba un apartado de correos, que no era otro que mi habitación 407 de la cuarta planta.

Su respuesta fue amable y tristemente lánguida. Agradecía que aunque muy tarde, me hubiera decidido a manifestarle mis sentimientos, para finalmente despedirse comunicándome que se hallaba muy enferma y sin ánimo para nada, me invitaba a que no le volviera a escribir.

Tras leer aquellas líneas sin esperanza, desde mi propio desánimo me propuse aliviar sus últimas semanas. Sin intención de ofrecerle una gran historia de amor terminal, tan solo pretendía reconfortarla reconfortándome a mí mismo.

En la segunda misiva le dije que el destino había querido que ambos viviéramos la misma situación. Solo alguien también enfermo como ella podía entender sus extravíos, su dolor y su desesperanza. Iniciamos una correspondencia febril que solo nosotros podíamos comprender. Por fin alguien se hacía cargo del dolor íntimo que cada uno sentía en soledad hasta la llegada de aquellas cartas, en una empatía sublimada por la desesperación.

Lo que nunca en mi vida había escrito por pudor o por vergúenza, lo vertía sin censuras en aquellas últimas cartas a Clara, cada vez más exaltadas, más desesperadas. Ella era mi única ilusión, mi consuelo para los últimos momentos. Yo para ella la razón tardía que justificaba una vida vacía hasta entonces. Besábamos nuestras cartas en el punto donde a veces aparecía la tinta corrida por alguna lágrima, absortos por un sentimiento de comunión absoluta. Con todo ya perdido, solo temíamos el día en que uno de los dos desapareciera.

Esta mañana el anciano, a la hora en que no hay visitas me ha traído en mano carta de Clara. Una carta que ya no precisaba respuesta .Hallé un último consuelo en sus ojos azules que desprendían un brillo de alegría sombría. Agradeciéndome mi acción desapareció de la habitación súbitamente como un ser de otro mundo. Los aparatos de control electrónico empezaron a pitar frenéticos y quedé en paz para siempre.

sábado, 3 de octubre de 2009

LA LUZ OSCURA



Hablar de un artista sin obra, es tarea difícil. Solo puedo exponer la exigua información que conseguí sobre su trabajo, obtenida a través de algunas entrevistas con personas que le conocieron en su época de creación.

Nacido en el cinturón obrero de Manchester, hijo de una familia inmigrante de origen irlandés, Andrew O’Hara fue uno más de esos niños de la pobreza, sin acceso a la formación ni a la cultura. Sus cualidades innatas para el dibujo y la plasmación de imágenes, le llevaron a estudiar de forma autodidacta las técnicas de pintura y escultura. Sin embargo halló su verdadera forma de expresión por azar, cuando heredó una vieja cámara que había utilizado su padre para retratar a la familia en días señalados.

A los 18 años empezó a realizar fotografías de temas espeluznantes, que producían en el espectador un desasosiego insufrible. Expuso sus primeras obras en el centro católico de su barrio y horas después las fotografías eran destruidas con saña entre exhorcismos y actos de fé por el cura y sus ayudantes.

O’Hara fue repudiado por su familia y expulsado del barrio. Vagando por las calles conoció a un estudiante de bellas artes a quien mostró parte de su trabajo. Este, profundamente impresionado por lo que vió, hizo lo posible para que Andrew tuviera la oportunidad de mostrar aquella obra tan abyecta como revolucionaria, en la sala de proyecciones de la Facultad. Fue así como en 1979 y una vez pasados los negativos a diapositivas, se realizó una única proyección ante un público instruido y avezado en la comprensión de todo tipo de imágenes. Tras quince minutos de oscuridad y silencio donde el juego de luces y sombras hipnotizó a alumnos y profesores, sumiéndoles en una parálisis tensa, se abrió la luz de la sala y el público petrificado, segundos después rompió en aplausos histéricos y silbidos de entusiasmo. O´Hara abrumado por aquella reacción desapareció a toda prisa del local sin que nadie pudiera darle alcance.

Siempre fue un ser asocial y como tal era para él inconcebible entrar en el mercadeo de su obra y en las miserias que todo comercio conlleva. Su vida se convirtió en una vida errante e invisible entregada a su obra. Su radicalismo aumentaba y la toma de imágenes chocó contra la moral existente y las buenas costumbres. Sufriendo diversas condenas, tras una desgraciada sucesión de incidentes contra la propiedad ajena y la honestidad. Hasta que finalmente fue encarcelado condenado a tres años de prisión por secuestro.

Su estancia entre rejas no hizo otra cosa que acentuar sus ya enloquecidas tendencias. Sus fotos clandestinas en prisión llegaron a manos de los médicos que le declararon enajenación mental crónica. Fue trasladado a uno de los más severos psiquiátricos del Reino Unido, el único que aún conservaba los viejos métodos de tratamiento.

Entre sesiones de duchas frías con mangueras a presión, calmantes y electroshocks, O´Hara, envuelto en las telarañas de la locura, seguía visitando en sus pesadillas las iglesias donde retrataba figuras de santos martirizados. Continuaba fotografiando descuartizados maniquíes perfectos en escaparates de grandes marcas francesas. Asistía a sesiones de tortura en mazmorras inimaginables, donde los oficiantes le servían las intolerables imágenes que solo él podía convertir en arte. Seguía colándose en los hospitales las noches de fin de semana en busca de horribles visiones de accidentados en la carretera. Continuaba observando las lentas fases de degradación de sus víctimas secuestradas en un sótano de pesadilla en pos de las mejores imágenes para su arte.

Por desgracia toda su obra fue destruida y aquellas imágenes, hoy solo navegan en la oscura nebulosa de su mente, opacas al resto del mundo.

Después de 25 años de internamiento, un moderno programa de rehabilitación avanzada -que preconiza la liberación a la sociedad de estos enfermos- envió a O’Hara al extranjero con el fin de evitarle los escenarios que le condujeron a la demencia. El programa insiste también en la importancia de un cambio de clima, de manera que vive en la actualidad en una ciudad mediterránea, en una casa especial de acogida, donde es tutelado sutilmente, aunque manteniendo una cierta libertad de movimientos.

Hace un mes fue visto en un parque dándole de comer a los patos de un pequeño estanque. Se le acercó una modelo principiante que puso una pequeña cámara digital en sus manos para que la retratara sobre un fondo de arbustos y arboleda. O’Hara quedó inmóvil sosteniendo la cámara, su mirada expresaba una mezcla de odio retrospectivo y ansia renovada por volver a su arte tras 25 años sin práctica.

La modelo resultó ser compatriota suya, de la misma ciudad. De inmediato se creó una simpatía mutua, una diabólica comunión entre iguales que desaparecían tragados por las frondas de aquel bosque urbano. La vida invisible y atormentada de O’Hara, poco a poco se tornó esperanzada al encontrar aquella alma gemela por un juego del destino, a dos mil kilómetros de distancia en un país del sur.

Aprendió los rudimentos de aquellas nuevas cámaras que permitían ver al instante la imagen obtenida, convirtió a la chica en su musa y ésta le condujo hacia abismos que ni él llegó nunca a imaginar.

En breve anunciarán una exposición solo visible en la red. En exclusivas páginas de pago.

jueves, 24 de septiembre de 2009

EDADES



Desde mi posición, a pocos centímetros del mostrador de recepción, la perspectiva es excelente para admirar su escote nacarado, acabado en un canal oscuro que promete dos esferas plenas cuyo tacto y peso recuerdan racimos de uva a punto para la vendimia . Sonríe no sin malicia, dándome los buenos días.

-Buenos días Yolanda, hoy me siento como si por dentro tuviera solo 30 años.
-Sí claro, será por dentro...-me responde-
Y me recuerda de paso que tengo la misma edad que su madre. No conozco a la señora pero aún así procuro evitar la irrupción en mi mente de cualquier posible imagen de mujer percherona sin remedio.

-¿ Quieres conocer a mi churri ?

Me lleva hasta su pantalla y abre la carpeta de fotos del fin de semana en la que aparece un mequetrefe, este si de 30 años. En su mirada perdida veo la duda entre jugar a la Play o echarle un polvete a Yolanda.

Me abstengo de calificar al pipiolo como se merece, para no herirla y hago un comentario neutro y vago. Ya me voy cuando aparece Jorge, mi compañero coetáneo, que también es invitado por Yolanda a conocer la foto de su nuevo noviete. Los dos de pie nos miramos de reojo con una complicidad triste, mientras ella sentada en el centro se ha quedado esbozando una sonrisa boba.

En un arrebato, Jorge y yo exponemos a dúo a Yolanda las delicias de que sería objeto, en caso de aceptarnos como amantes ocasionales. La llevaríamos a cenar a un lugar elegante, donde la acomodaríamos al sentarse. Con nosotros gozaría de una agradable conversación, llena de ocurrencias graciosas, suculentas anécdotas, refinamiento y cultura que solo los años pueden otorgar. Le describimos una escena de cuadro renacentista, donde los dos yaceríamos bajo sus pechos. Como protegidos bajo una divinidad femenina.

Yolanda estalla en una risa escandalosa que amenaza con llegar hasta el despacho de Gerencia y nos despide cariñosamente:

-Iros a trabajar, viejos verdes! ja ja ja.

Alrededor de los 50, ya no nos inquietan las modas, ya no nos importa lo que los demás piensen de nosotros. Aún no hemos renunciado a las ideas ni hemos cambiado de bando. Nos siguen cabreando los mismos políticos y los mismos fanáticos de siempre.

Las mujeres que nos gustan siguen diciéndonos que no vamos a estropear una buena amistad por un revolcón y las que nos resultan indiferentes nos persiguen. Curiosamente igual que ocurría en la juventud. Se acabaron las luchas, los nervios y las dudas de identidad,- y seguimos sin saber quien somos -. Lo que íbamos a ser de mayores ya ha llegado y el resultado mejor no comentarlo.

Dicen que con la edad se alcanza una cierta serenidad y una sabia perspectiva, cuando en realidad hay momentos de duda mucho mayores que a los 20 años. Y que hay un gran abanico de placeres para cada edad si sabemos encontrarlos.

¿Pero qué hacer cuando creemos tener 20 años menos por dentro y llevar 10 años de retraso en la vida real?

sábado, 19 de septiembre de 2009

TRAGEDIA



El avance informativo mostraba la imagen estática de una torre en llamas. A la voz vacilante del locutor se le añadió la de un compañero aún más perplejo que intentaba ayudarle a narrar lo que ocurría, sin guión previo. Parecía solo un accidente, la realidad del coloso en llamas, tan grande y tan frágil tras recibir el impacto de un avión fatalmente extraviado de su ruta.

Arropado en la comodidad occidental del sofá, sentí un terror incierto, como de guerra inminente, frente a la imagen fija de la torre gemela alcanzada por un segundo avión. En ese momento mi inconsciente sublimó la cocacola, el mcdonalds, las autopistas de seis carriles,los sex shops, el marlboro, las películas de Manhattan, los besos del the end, las tiendas abiertas 24 horas y el estilo de vida norteamericano en fin, que sin admitirlo era mi cultura y mi verdadera patria, de la que siempre había renegado.

Aquellos oficinistas saltando al vacío ya no sufrían el stres del trabajo, sino el de la propia muerte. Los bomberos luchaban en una batalla que hasta ese momento solo se daba en el tercer mundo. El gobierno norteamericano dijo que aquel era el acto de terrorismo internacional más grave y violento desde la segunda guerra mundial.

El balance de víctimas de los atentados fue espantoso, pero olvidaban que la peor tragedia que existe en el mundo es el hambre y la injusticia, bajo la cual cada día mueren miles de personas.

Respecto al terrorismo internacional hay que hacer memoria y recordar que los máximos responsables desde la guerra fría han sido los Estados Unidos, con capítulos tan siniestros como Vietnam, Chile, Argentina y Panamá. Sus perversas maniobras internacionales han utilizado siempre a los demás países, sus economías, sus recursos y la vida de sus ciudadanos, de la forma que más útil les resultaba. Es la ley inexorable del imperio, condenado al mal por su propia supervivencia.

Desde mi salón, en aquella mañana de un azul en technicolor, temí perder la dulce tiranía del gigante americano y me lamentaba, al ver a los que tantas veces fueron verdugos, como aquel 11 de septiembre se convertían en víctimas.

domingo, 6 de septiembre de 2009

EPIDERMIS



Me recibió con un gesto amable. Su figura emergió tras la mesa extrañamente barroca que en conjunto con las sillas tapizadas y otros muebles también del mismo estilo, formaban una composición que daba a la consulta un aspecto notarial. Me dio la mano y me invitó a sentarme. Noté la presión desigual de uno de los muelles en mi nalga izquierda, al tiempo que procesaba aquella decoración fuera de lugar.

Su rostro ovalado, el pelo recogido en una coleta, sus ojos claros detrás de unos lentes de montura transparente que delataban miopía, su permanente sonrisa algo lela y la bata blanca, le daban el aspecto monjil y entusiasta de esas religiosas jóvenes que atienden a los soldados en el Hospital Militar, correteando por los pasillos, entrando con alegría nerviosa en las habitaciones sin previo aviso, armadas de jeringuillas prestas para incarse en los traseros masculinos.

La doctora me abrió una ficha con las preguntas de rigor; antecedentes familiares, enfermedades destacables sufridas en el pasado, posibles alergias, etc. Se expresaba con una simpatía cercana, inusual en su profesión. Poco a poco empecé a considerarla atractiva. Contagiado por su cordialidad, le exponía mi dolencia casi entre risas, mientras trataba de imaginarla en otro contexto, sin bata y con el pelo suelto.

Me hizo pasar a la sala contigua de exploraciones, carente por completo de artificios y pulcramente clínica. Ordenó que me quitara la camisa para mostrarle mi afección, una mancha rojiza en la axila derecha. Dijo que no tenía importancia, que con una crema administrada dos veces al día en poco tiempo desaparecería. Ya tenía una manga de la camisa puesta de nuevo cuando me dijo:
-Déjame ver las ingles.
-¿Las ingles...?- dije-
-No hace falta que te quites los pantalones, solo bájatelos.

Volvió la visión de las monjas militares cuando los pantalones quedaron arrugados sobre mis pies. Sin perder la compostura y el tono de la conversación, con la mano izquierda levanté el boxer mostrando la ingle con extremo cuidado para que no quedara un testículo a la vista. Creí actuar con naturalidad, aunque tal vez mi mano estuviera algo crispada.

-¿Ves lo lista que soy? .-afirmó con una gran sonrisa- Aquí en la ingle también tienes una mancha rojiza
-Pues no me había dado cuenta, Doctora...
-No nos damos cuenta y las manos van de un lado a otro por todo el cuerpo.

Me apresuré a vestirme abrumado por mi exagerado pudor masculino mientras ella volvía a su despacho.
La recordé dos veces al día, durante quince días. Hasta la próxima visita en la que solo me examinó la axila.

sábado, 11 de julio de 2009

LEVEDAD



Mientras la esperaba en el vestíbulo del edificio de oficinas, me entretuve leyendo los nombres de los buzones en un ejercicio vano para llenar con datos inútiles la memoria. Dicen que todo lo que vemos, oímos y sentimos queda almacenado, otra cosa es saberlo encontrar después. Tal vez solo es posible en sueños.

A los cinco minutos apareció Laura por la puerta del ascensor; blusa y pantalón ad-lib blanco muy transparente, foulard al cuello de tonos rojizos, del bolso no me acuerdo. Acababa de pintarse y sus ojos parecían mucho más grandes, brillantes y expresivos, comparados con el aspecto natural y un poco apagado que presentaban en alguna ocasión que la vi en una hora temprana de la mañana.

Dos besos en las mejillas mientras soltaba un torrente de palabras -creo que ya venía hablando sola desde el interior del ascensor- mostrando irritación por un problema de trabajo. Salimos a la calle en dirección a uno de esos bares vacíos a media tarde, yo a cada poco la seguía con monosílabos, por no interrumpirle el discurso, esperando que se le acabara la cuerda y se calmara.

Una vez en la mesa del bar, le pedí que se tranquilizara. El problema que exponía era tan banal que parecía ocultar un estado de ánimo nervioso provocado por otra causa. Algunas otras veces también irrumpía de la misma forma y llegué a pensar que era una pose para iniciar aquellas citas mitad de trabajo, mitad personales.

Prosiguió hablando de temas laborales, la miraba muy quieto hasta que me preguntó por qué la observaba tan fijamente. Para darle un giro a la conversación, le dije que estaba muy guapa aquella tarde, lo que dio paso a una descripción por su parte de todo su atuendo, el peinado, el rimmel y los accesorios...Se desvaneció el tema anterior al instante y pasamos a las trivialidades lúdico-festivas. Hablamos de cine y de libros quizá para constatar una vez más tantas afinidades.

Al salir del bar entramos en una pequeña librería que hay justo al lado. A curiosear las novedades, los autores , las estanterías y el volumen de sus ancas que desde la altura de mi vista se veían en un picado que abarcaba desde la cintura hasta los pies. La transparencia como de gasa del pantalón dejaba adivinar el color de aquella piel oculta ya morena por los primeros días de playa. Los títulos de las novelas y los nombres de los escritores que me decía, rebotaban inútilmente en mis oídos, pues toda mi atención se concentraba en el bendito sentido de la vista.

Estuvimos entre libros apenas diez minutos, yo tenía que irme pues debía llegar a otro lugar a media hora de allí y se me acababa el tiempo si no quería llegar tarde. La acompañé de vuelta a su vestíbulo y al ascensor. Entré un momento con ella y la abracé de pronto, dio un giro para evitarme entre risas nerviosas, se debatía ágil como una culebra. Mi mano derecha agarró la unión de sus nalgas, giré la vista a través del cristal de la portezuela del ascensor por si venía alguien de la calle, fue imposible besarla entre tanto movimiento sin usar la fuerza. Nos pusimos a reír. “Se empieza así y se puede acabar muy mal...”dijo. En la palma de mi mano quedó la huella de su calor. La besé en la mejilla para terminar con aquella escena quinceañera.

Y me fui, pensando que el tiempo que nos queda no es eterno, nada vuelve y todo puede acabar en cualquier momento. A los dos minutos un par de pitidos anunciaron la entrada de un sms de Laura:
“ Que calor...”

domingo, 28 de junio de 2009

CULINARIA



Vierto el aceite de oliva sobre la bandeja del horno, formando una espiral. La inclino en diferentes direcciones para repartirlo por toda la superficie hasta que forme una fina película. Una vez peladas las patatas y limpias, con un cuchillo muy bien afilado las corto en láminas entre uno y dos milímetros de grosor. La bandeja debe quedar completamente cubierta de patatas caídas en desorden. Pueden amontonarse entre ellas creando dos niveles. Espolvoreo la sal, desmenuzo una vaina de cayena en pequeños trocitos bien repartidos. También reparto dos o tres dientes de ajo trinchado y perejil cortado a tijera. Cubro este lecho completamente con rodajas de cebolla cortadas de unos tres milímetros. De nuevo un chorro de aceite por encima y la bandeja al horno precalentado a 250º. Dejo hornear durante 20 minutos a 200º.

A través del cristal del horno observo como el calor todo lo transforma, burbujean los ingredientes poco a poco, se mezclan los jugos y la materia cruda se convierte en delicia.

Saco la bandeja del horno y coloco una lubina que la llena en diagonal. Previamente le he practicado diversos cortes en una de sus mitades para que absorba la sal y un poco de aceite por encima. De ninguna manera aprovecho esos cortes para incrustarle rodajas de limón, que alterarían su sabor. A ambos lados del pescado coloco dos triángulos de papel de aluminio para proteger la base de patatas evitando que se quemen. De nuevo al horno y diez minutos más tarde el milagro aparece ante mis ojos. Las patatas en contacto directo con el fondo de la bandeja se han caramelizado presentando un color miel, las de la parte superior ofrecen una textura más blanda, las rodajas de cebolla ya transparentes aparecen como un velo protector. La lubina ha adquirido el punto exacto de cocción.

Me sirvo una ración arrancando las patatas caramelizadas pegadas al fondo con ayuda de una pala metálica. Elijo un tinto potente, hoy un Montsant Marmelade. La lubina no admite blancos.

Todo está en paz, las cosas parecen alcanzar un orden y brindo por todo aquello que no he podido o sabido llevar a cabo.

Se come para olvidar y se bebe para recordar (Manuel Vázquez Montalbán).

viernes, 12 de junio de 2009

MAITINES



A pesar de las pocas horas de sueño, esta mañana amanecí casi con dolor en la entrepierna. La tirantez de mi miembro, me trasladó a épocas juveniles cuando todo era inconsciente y fácil.

Observé la dureza y el grosor con preocupación, puesto que para conseguirlos en un encuentro venéreo, me hace falta disposición, tiempo y el suficiente interés, mientras que hoy, como algunas otras mañanas, consigo involuntariamente este resultado a la salida del Sol. Tal vez la explicación sea una comunión cósmica con la vida y sus misterios.

Mi mujer acababa de salir de casa, hacia su trabajo. Otras veces si aún no se ha ido, levanto la sábana y la invito a una acción rápida. En ocasiones consiente si va bien de tiempo, aunque casi siempre sonríe, me dice que mire hacia otro lado para no verla mientras se viste y me vuelva a dormir.

Como la rigidez no cesaba, pensé en un autodesahogo terapéutico y rápido antes de desayunar. A esa hora matinal más bien vacía, los estímulos eróticos y las imágenes que les acompañan son algo borrosos, hasta resultan absurdos al pensar en la jornada que acababa de empezar. Incomprensiblemente la pertinaz erección se obstinaba en continuar dotada de vida propia y completamente ajena a mis juiciosos pensamientos.

Tuve que proceder a vencerla por el procedimiento de la fricción manual sin entusiamo, puesto que la imagen que devolvía el espejo del baño, les aseguro que era todo menos estimulante. La cara aún sin lavar, el pelo revuelto, la camisa del pijama torcida y aquel hombre delante mirándome perplejo.

Sin embargo el trabajo ya se había iniciado y en ese caso mejor que no haya vuelta atrás, para evitar males mayores. Pasaban los minutos y lo que en otras circunstancias acabaría fugazmente, aquí se hacía eterno. Abandoné la visión del espejo por razones obvias, traté de concentrarme en las ideas que tan excitantes eran la noche anterior, pensar en situaciones o acciones morbosas, etc. Pero comprendan que a esas horas el fragor del tráfico entrando por la ventana, los escolares dirigiéndose al colegio, las máquinas de la limpieza barriendo las calles, las camionetas descargando en el supermercado y el claxon de algunos coches atascados, minaban mi espíritu.

La situación ya resultaba irritante en todos los sentidos, debía terminar con aquello cuanto antes. Por suerte en un último esfuerzo de mi imaginación, pude abstraerme de todo, dejar de pensar en aquel insensato estado para centrarme en algún pasaje lo bastante sugerente como para terminar sobre el lavabo.

Para mi sorpresa no encontré otro que aquel mismo escenario con aquel único actor atribulado, que comenzaba el día de forma tan grotesca ....o no.

sábado, 30 de mayo de 2009

RELIGION



La ciudad de los muertos, no es una metáfora, sino una ciudad auténtica con calles, plazas, monumentos suntuarios, panteones en forma de catedral gótica con torres de agujas flamígeras y estatuas de ángeles en imposible actitud de consuelo. Con tumbas de elegante mármol grabado con letras de oro y edificios de nichos de nueve plantas de altura. El silencio se ve turbado por el constante murmullo del tráfico de la Ronda Litoral. Al otro lado del muro, la ciudad de los vivos.

Dos veces al año observo su imagen al llegar y al despedirme, después de cambiar las flores y limpiar el lugar de mis difuntos. A juzgar por la fotografía, murió muy joven. Tras el cristal de la lápida un chico de apenas catorce años con americana de cheviot, corbata negra, gafas de pasta y pelo rizado. Su expresión cándida de toda una vida por delante va apagándose con los años. La foto en blanco y negro ha ido virando a sepia por el procedimiento natural del paso del tiempo. La cruz grabada en el marmol blanco, queda semioculta por una cinta colgante con los colores del equipo de fútbol de la ciudad que sostiene una pequeña copa central delante del retrato. Reproducción de un remoto trofeo conseguido por el club.

Ayer, mientras contemplaba la fiesta por la consecución de las tres copas, en medio de la algarabía, los fuegos artificiales, el claxon incesante de los coches, el sentimiento de comunión de más de un millón de personas por las calles y de algunos más por todo el país, comprendí el sentimiento religioso.

Una religión que no es adoración ni temor a un ser superior, es la capacidad de unirnos en una emoción común, en un objetivo, en un deseo de todos. Tal vez el deseo de ser mejores de lo que somos, representado por un equipo de fútbol con oficiantes de veinte años.

La última vez que visité el cementerio observé que el joven difunto hacía mucho que no recibía visitas. El polvo hacía casi invisible su retrato. Una extraña y nueva devoción quizá me mueva a llevarle este domingo tres pequeñas reproducciones de los trofeos o unas rosas blaugranas.



domingo, 24 de mayo de 2009

EL JARDIN BAJO LA LLUVIA



La hostigué con premeditación, mis argumentos caían sobre ella certeros, haciendo daño. Manejé los hilos de su culpabilidad, hasta conducirla al callejón sin salida de las lágrimas. Así, una vez vencida llegó a prometerme cosas imposibles entrando en un estado de sumisión inquietante. En un giro dialéctico, le dije que no hiciera nada, que nada me ofreciera, que dejara las cosas como estaban, sin darle opción a la enmienda. Hasta sumirla en un estado de total abatimiento, de caída profunda. Un tiempo después le tendí la mano para devolverla a la superficie. El contraste de sentimientos, hizo que no advirtiera mi crueldad insana.

Aquel acto de sadismo, me procuró un extraño deleite con misteriosas manifestaciones fisiológicas. Hallé placer en destruirla, como aquel exaltado que atacó el David de Miguel Angel porque no podía soportar tanta belleza. No podía resistir su inocencia, su bondad transparente y su vida sencilla.

Un veneno interno me intoxicaba como una droga acelerada hacia la destrucción y reincidí en el delito. Todo se deshacía en un viento enloquecido, en un baile de demonios que la atravesaban una vez y otra hasta aniquilarla.

Después de la tempestad, quise recoger los trozos para volver a armar la muñeca rota, pero ya no había nadie, no quedaba nada. Solo pude contemplar la belleza desamparada de un jardín bajo la lluvia.

domingo, 17 de mayo de 2009

COSAS QUE ME GUSTAN



Pedir un vino más caro que toda la comida. Las terrazas. Los camareros que te ven sin llamarlos. Los gintonics en locales oscuros. Los amigos imperceptibles. Conversar sin convencer. El afecto a pesar de nuestros defectos. El respeto. Transmitir lo que sabemos. Hacer conjeturas de cómo será la ropa interior de la recepcionista del hotel. Las siluetas a contraluz. Las mujeres maduras con ojos adolescentes. La comprensión. Que nos dejen en paz. Pasear sin rumbo. Ganar alguna vez. Que nos rían las gracias. Un deportivo averiado. La primera luz del día. La lencería. La última luz del día. Los desfiles de moda.

El miedo de los toreros. Reírse de uno mismo. La torpeza de un primer beso. Coger el bus turístico en tu propia ciudad. Las miradas furtivas en los ascensores. Los taxistas mudos. La puntualidad. Flirtear. Levantarse tarde. Fantasear. Los recuerdos. El talento. La humildad de los sabios. Hacer algo sin motivo. Observar. El trabajo manual. La curiosidad. La literatura que golpea el alma. Recordar los sueños. Las almas afines. El arte anterior al siglo XX. El discreto encanto de algunas mujeres. El hielo de las gasolineras. Comer con hambre. La siesta.

La ruta 66. Preparar los viajes. Viajar sobre la marcha. Francesca, la guia veneciana de ojos grises que no conocía Barcelona. La maleta apareciendo por la cinta.
Los teatros vacíos. Los bocadillos de atún con anchoas. Descubrir una intimidad. El olor del bosque húmedo. La fragancia animal del sexo. El silencio en compañía. La última mesa del bar. Las fotos antiguas. Los secretos inconfesables. El espejo de ella antes de la cita. El cajón de su ropa interior.

Mantener el deseo.

sábado, 9 de mayo de 2009

EL PASADO





- Armando, debe ser el efecto del alcohol que....
- Ni alcohol ni hostias...
No podía creer lo que me estaba contando Armando. Era surrealista, en las antípodas de su ideología. Aquel prototipo de progresista, ahora me salía con estas. En aquel bar con la música demasiado alta y montones de gente alrededor.

- Me vino de repente esa obsesión hace unos seis meses. Tenía a Marta sobre mí como tantas otras veces y no sé por qué ni cómo mirando su cara, empecé a preguntarme como hacía el amor con todos sus amantes anteriores.
- Vamos a ver... Armando -le dije con una sonrisa incrédula- pero como se te ocurre a estas alturas.... y tú, el último hombre que podría pensar en eso. Si lleváis casados mas de diez años ya.
- Vale, nunca lo había pensado hasta ese momento. Pero ahora no se me va de la cabeza. Una tarde que ella no estaba en casa, empecé a registrar todas sus cosas, sus cajas de recuerdos, sus fotos antiguas y allí volví a encontrar aquella foto en la playa de hace 20 años con una amiga y un par de franceses de mierda veraneando en un camping de la costa. Joder aquel puto francés se tiró a Marta tío.
- Y qué, Armando, que coño pasa, no pasa nada. ¿Vas a tener ahora celos retroactivos? Qué importa el puto francés de hace veinte años, igual ya está muerto, joder. Además entonces tú ni sabías que existía Marta.
- Quiero saber como follaba con otros , me entiendes? Quiero ver la película, los detalles. Si lo hacía igual que conmigo o no.
- Te ha salido ahora la vena masoca o qué? Qué más da todo eso, no está desde hace diez años contigo?
- Sé que es ridículo, soy un imbécil, pero cada noche se me aparece el francés, aquel otro gilipollas que le hizo una foto a Marta junto a su coche con bandas laterales y pegatinas de Pachá, su antiguo novio de cuando iba a la escuela de idiomas. Se me aparecen todos ellos en una pesadilla de orgías sin fin con Marta en medio. Total con todo este mal rollo mío, ya no me acerco a ella, hace un mes que no hacemos nada, nos estamos distanciando.
- Armando deberías preocuparte más del presente que del pasado–le dije, mientras se le entornaban los ojos y en la pantalla de mi móvil parpadeaba “Marta”-.

sábado, 25 de abril de 2009

ELOGIO DEL HUMO



Para quienes no tenemos patria, ni bandera, ni religión. Para los que ni siquiera creemos en un equipo de fútbol y ya tenemos una edad en que tampoco podemos creer en lo único que creíamos en la juventud: el ser humano. O quizá, algunos escogidos seres humanos. Para los completos descreídos. Para los nihilistas y los escépticos de toda índole, hastiados de tanta mezquindad, de tanta ruina y rutina.

Para todos nosotros existe un bálsamo sencillo, disponible, amable, humilde, frágil, personal y casi intransferible. Un objeto amigo de nuestros dedos y de nuestros labios que aún no han abandonado la lejana etapa oral.

En las celebraciones, en los momentos alegres, nos acompaña. Sus volutas adornan el aire que nos rodea con una apoteosis barroca de azules y grises sobre fondo de colores.
Nos ayuda a ocultar la turbación ante alguien especial que nos conmueve. O simplemente nos proporciona un placer inmediato y fugaz.

Pero es en los momentos amargos cuando cobra realmente sentido. Cuando ya no nos queda nada más que nuestra negra y absoluta soledad, es cuando comparte con nosotros esos pensamientos silenciosos como de vacío andén nocturno, que nadie puede entender. Es entonces cuando el rojo incandescente de la punta actúa como única luz y el humo aspirado es el único consuelo frente al mundo.

Para quienes fuimos mitómanos del cine, nos queda revisar películas anteriores a 1990, donde el humo flotaba en los platós y dotaba a las actrices de una elegancia suprema en sus sensuales exhalaciones. Pocos fetiches fueron tan potentes como aquellos filtros manchados de carmín...

Algunos médicos vuelven a recomendarlo. Consideran inhumano salir del trabajo y entrar en un bar donde esta prohibido. Han comprendido que es una tortura políticamente correcta, el no poder desahogarse cinco minutos de la tensión acumulada durante horas.

No lo olviden, fumar es de débiles.

sábado, 18 de abril de 2009

INCLUSION



Algunas noches a eso de las diez coincidíamos camino del metro. Los dos salíamos de clase a esa hora. De academias distintas, como tantos otros que llenaban el andén con las carpetas bajo el brazo, después de una jornada de trabajo seguida de tres horas más de estudio. (Estudias o trabajas? Trabajo y estudio).

Para atajar el trayecto atravesábamos por el interior del Hospital Clínico, por pasillos grises de altos techos con una iluminación mortecina, vacíos y silenciosos. El olor a hospital pegado a la nariz nada más entrar en el edificio, anulaba la fragancia que fluía de su melena de rizos anchos y muy negros. El ambiente tétrico quedaba reforzado más de una vez por la visión de una camilla en un rincón sosteniendo un cuerpo tapado por una sábana. Así atravesábamos doscientos metros de hospital, leyendo los rótulos desconchados de prohibido el paso, peligro rayos X, área radiactiva, quirófanos sótano 1...cruzándonos con el personal sanitario de guardia que nos confundía con improbables estudiantes de enfermería.

Después el trayecto de cinco paradas de metro, en el que hablábamos amparados por el ruido del vagón. Salíamos al exterior sin saber muy bien que decir, de qué seguir hablando bajo la tensión que produce la presencia de los dos sexos. Agradecía en aquellos momentos la súbita inspiración de alguno de los dos, de la que surgía un tema de conversación recurrente que rompía la incomodidad de diez segundos de silencio.

Al llegar a su portal, frente a frente - ella con la carpeta sujeta a modo de escudo - su mirada brillante a la espera de que ocurriera algo. Una breve despedida, un hasta la próxima, las buenas noches.

Deshacía la presión de mi pecho subiendo las escaleras hasta mi piso de dos en dos. Cenaba cualquier cosa y me acostaba leyendo alguna sublime novela depresiva , como para buscar en aquellas páginas la fórmula que rompiera el bloque macizo y transparente como una inclusión, que me separaba de cualquier contacto. Como esos insectos atrapados en una gota de ámbar para toda la eternidad. No había remedio para mi mal interior, ninguna solución externa a la vista. Anhelaba que aquella existencia de pesadilla contenida, contínua y sorda acabase algún día.

Así soñaba lentamente hasta dormirme, sin saber aún que la solución estaba en mí mismo.

sábado, 4 de abril de 2009

REVELACION



Basilio, sentado mirando fijamente las baldosas del suelo, se maldecía a sí mismo. Pensaba en el aspecto tan poco atractivo que ofrecía, detestando algunos defectos de su físico, que para los demás pasaban inadvertidos y que él exageraba. Odiaba su torpeza a la hora de relacionarse verbalmente con los demás. Se le ocurrían las respuestas precisas a las situaciones comprometidas, horas más tarde de que el oponente le hubiera vencido fácilmente. Vivía aplastado por su invencible timidez.

Sumido en esos sombríos pensamientos, se imaginaba al lado de Sílvia tan guapa, instalada en la seguridad de su belleza, en su chispeante inteligencia y en el poder de su hechizo y la pareja le pareció imposible. Entonces trató de figurarse que era atractivo, elegante, ingenioso, espontáneo, audaz y que ella le admiraba y se rendía a sus encantos. Agotado por sus cavilaciones cayó en un profundo sueño.

A media tarde, un ruido de pasos le despertó de su ensoñación y momentos después en el umbral apareció Sílvia. Basilio se levantó mirándola turbado. Ella le saludó con la displicencia de otras veces. De pronto, Basilio sintió un desmayo interior que dio paso a una revelación. Todo a su alrededor se tiñó de un amarillo luminiscente. Una fuerza que parecía brotar de sus entrañas, hizo realidad su sueño; su estatura creció unos centímetros, su porte se volvió apuesto, sus ojos tristes se iluminaron con un brillo centelleante, su timidez se convirtió en audacia y sus dudas en seguridad.

Todo quedó transfigurado por la fuerza del amor, cuando las manos de Basilio rodearon el talle de Sílvia que respondía a su impulso con la misma pasión que él. Y Basilio por primera vez descubrió el sentimiento de amarse a sí mismo.

sábado, 28 de marzo de 2009

LA LEY DEL MINIMO ESFUERZO



La seducción espontánea, el sexo ocasional y gratuito, es un terrible malentendido. Porque pagar siempre se paga, sea de entrada o en cómodos plazos. Para hacer sexo con una mujer se acaba pagando siempre. Así me hablaba Felisberto, en aquella terraza primaveral, frente a dos cervezas y con vistas al paseo, donde observar la circulación de interesantes especímenes a contraluz.

Comencé a reflexionar internamente, tratando de adherirme a sus argumentos y recordé algún episodio irritante y dulce a la vez, en que algunas mujeres desarrollan todo un despliegue de coquetería, ese ahora te digo una obscenidad y después me hago la estrecha, que pone bastante nervioso hasta resultar insoportable. Empezando por ahí el pago en forma de paciencia.

No dudo de la sabiduría de la naturaleza. Sus razones tendrá para atormentarnos a los hombres con el sexo. Esa danza extraña en la que ellas hacen todo lo posible para llegar al orgasmo y nosotros para retardarlo. Nuestra sexualidad es automática y la de ellas mucho más compleja. De manera que hay que portarse bien, no valen las medias tintas, es un juego de estrategias y habilidades. La parte devoradora de ellas lo quiere todo. Si ganas eres la luz y si pierdes no eres nadie y no dudarán en ponerse en otras manos más eficaces que las tuyas. Ellas, que luego van diciendo por ahí que el sexo no es tan importante.

Siempre odié el esfuerzo y la perseverancia. Si las cosas cuestan mucho esfuerzo es que quizá no valen la pena. La vida es demasiado corta para perder el tiempo en insistencias y esforzarse en algo es admitir la propia falta de talento.

Haciendo una retrospectiva, recordé que para evitar el rechazo, siempre me dejé conquistar. Había utilizado la técnica de ciertas aves, que lejos de cortejar, simplemente se exponen con la esperanza de atraer al otro sexo. El resultado siempre fue satisfactorio pues eran ellas quienes seducían, decidían y se satisfacían, evitando así cualquier forma de pago por mi parte.

Ahora que el plumaje luce algo desmochado y que la comodidad me hace dudar entre un buen whisky con vistas y un buen polvo, practico como nunca la ley del mínimo esfuerzo.

-Mira Felisberto, esa de la minifalda, uff, está que cruje...

sábado, 21 de marzo de 2009

MUDANZA



“Al fin recordamos la clave. Ya no tendremos que recurrir a soñar para encontrarnos, porque hemos atravesado el cristal que nos separaba lo imaginario de lo real. Existimos y nos hemos encontrado, lo demás no importa”

La caligrafía elegante y ordenada, la tinta azul de la dedicatoria en la primera página blanca del libro, ahora amarillenta y con los bordes amarronados por el paso del tiempo. De una edición de bolsillo cuyo papel seco y rugoso, aún conserva el precio a lápiz: 75 ptas.

El libro que durante tantos años creí perdido, apareció en el fondo de un armario durante una mudanza. Al contrario de lo que suele ocurrir en las mudanzas, donde siempre se pierde algo.

Ella volvió a ser tangible en aquellos instantes, cuando mis dedos tocaron la superficie de sus letras y la pequeña máquina del tiempo personal retrocedió hasta aquellos lejanos días ahora irreales. Tan distantes que parecen pertenecer a la vida de otro. A la de algún personaje de novela, exagerado, arrebatado por la imaginación demasiado calenturienta del autor.

Después, lentamente, el almacén de recuerdos repasó la trayectoria de mi vida insubstancial y sin saber porque se cruzaron imágenes confusas de fechas señaladas y me pregunté que haría ella cuando yo celebraba un cumpleaños, qué hacia un día de Navidad cuando yo lo celebraba con mi familia, qué regalos recibía en una mañana de Reyes mientras yo montaba en el suelo el último juguete de mi hijo. Cómo era su vida en un día laborable, con quién se relacionaba. ¿Habría encontrado en su camino a alguien a su medida?

Hace dos años supe por terceras personas que visitó mi ciudad. Probablemente caminaría por aquellos lugares que yo siempre procuro evitar para no recordarla. Me dijeron que sigue viviendo sola. Preguntó por mí. Le respondieron con vaguedades y lugares comunes, como con sigilo para no levantar expectativas. Dicen que se alegró de que todo me fuera bien.

De vez en cuando despierto brevemente de mi eterna anestesia y el vértigo vuelve. Entonces pienso en entrar en contacto con ella de nuevo. Por métodos laberínticos, indirectos. Si conociera su dirección, relaciones epistolares por correo electrónico o por mensajería instantánea, sin declarar mi identidad. Unas ideas locas para saber como es ahora, como piensa, que hace con su vida. Desde mi enfermizo anonimato, porque no sería capaz de presentarme.

Esta mañana he tecleado su nombre y sus dos apellidos en el buscador de páginas blancas de Telefonica.

sábado, 7 de marzo de 2009

PERIODISMO



Hablaba de actualidad, entrevistaba políticos, protagonizaba tertulias y opinaba sobre cualquier cosa pontificando con énfasis en proporción inversa a mi ignorancia sobre el tema a tratar. Incluso durante un tiempo me dediqué a la información deportiva.(Mi madre nunca lo supo)

Ahora soy un periodista de éxito desde que abandoné la información convencional. Encontré el filón. Desde hace un año dirijo un programa de radio que ya es líder de audiencia en su franja horaria. Se preguntarán Ustedes de que trata mi espacio radiofónico para conseguir tal éxito. Muy sencillo: Espiritualidad, conducta humana, inteligencia emocional...Todo ello aderezado con unas gotas de sabiduría oriental, ya saben, un poco de meditación, yoga, pinceladas budistas, algún repaso superficial a míticas religiones; induísmo, sintoísmo, un poco de taoísmo... Sin olvidar alguna incursión a ciertos rituales primitivos africanos, chamanes, etc. La mezcla es infalible.

Me rodeo de especialistas que invito al programa, los cuales sueltan su discurso, cuanto más absurdo y falto de rigor mejor. De manera que por ejemplo una tarde me traigo a dos psicólogas que después de plantear un tema relativamente sencillo, se contradicen diametralmente en sus diagnósticos, sin discutir siquiera entre ellas. Cualquier oyente con dos dedos de frente no dudaría de eliminarlas de la profesión.

Los antropólogos que vienen al programa dicen cualquier cosa aberrante y nadie les discute ni un ápice de su discurso. Los semiólogos teorizan sobre conductas humanas incomprensibles. Los naturópatas tratan de inculcar sus sermones desquiciados y así toda clase de impostores que se van turnando día tras día en mi espacio.

Poco a poco van surgiendo en mi programa nuevos expertos en disciplinas sin la menor base científica, ni de ninguna clase. Practican el más absoluto desprecio al saber de la Humanidad que tantos siglos de trabajo y estudio ha costado. Toda esa pléyade de mamarrachos, destruye de un plumazo la cultura, la ciencia y la historia.

Como les digo el programa es todo un éxito, pero soy ambicioso y hace poco publiqué una novela también sobre temas espirituales. La escribí en tres semanas, sólo era cortar y pegar. Me limité a transcribir las intervenciones de mis absurdos colaboradores e invitados. ¿Qué creen que pasó? Efectivamente ; me concedieron el premio de narrativa de la ciudad, al mes siguiente la medalla de honor al periodismo más innovador. Mis amigos siempre tan atentos, agradecen mis invitaciones a la radio. Entre todos formamos un influyente lobby lúdico, sin otro objetivo que gozar de la buena vida, la fama y la ascensión social a costa del cretinismo ajeno.

Mientras tanto mis oyentes, pedalean sobre bicicletas por toda la urbe, haciéndola insufrible. ¿Aún no se han enterado que existen las motos? Cuando llegan a casa tratan de practicar las enseñanzas vertidas en el programa con sus respectivas parejas; Tocarse más, comunicarse, el afecto, el amor, etc.. Ya me dirán el interés que tal práctica puede tener en una pareja de largo recorrido....Pronuncian la palabra energía unas quinientas veces al día, se sientan en posición de loto y sustituyen su cómodo colchón de toda la vida por un infame futón japonés. Educan a sus hijos en el diálogo y la comprensión, creando una generación de monstruos indisciplinados, holgazanes e inútiles. Me elevan a la categoría de gurú y bajo mi guía organizan encuentros multitudinarios, donde su vocación gregaria alcanza la máxima expresión.

Y es que cuando se deja de creer en Dios, se empieza a creer en cualquier cosa.

viernes, 27 de febrero de 2009

ORGANOS



Estarán Ustedes de acuerdo conmigo; los genitales son ridículos y antiestéticos, órganos colocados en el cuerpo como fuera de lugar. Un error de diseño sin duda. Un verdadero despropósito de la naturaleza, tan sabia en otros campos y sin embargo aquí se ha burlado de nosotros condecorándonos con esas partes tan cómicas.

Si observamos el sexo masculino en reposo, no se me ocurre otro adjetivo que patético. Esa bolsita de doble y desigual capacidad, de piel arrugada y más morena que el resto del cuerpo (sin apenas exposición a la luz, inexplicable fenómeno). Y ese cilindro de carne flácida sin voluntad propia, a merced del vaivén y movimientos de la vida diaria.

Algunos de Ustedes pensarán: bueno, pero en erección cobra cierta dignidad... ¿Dignidad? Un señor con ese sobresaliente apéndice, que no indica otra cosa que su estado de enajenación momentánea, de ninguna manera puede ser digno y mucho menos, elegante.

Que algo así resulte atractivo, no hace sino aumentar el misterio de las mujeres. Ellas nos quieren a pesar de presentar esa lamentable anatomía y a pesar de ser groseros y primarios.

En cuanto al sexo femenino, convendrán conmigo que ese orificio protegido por un conjunto de labios mayores y menores, desigual, oscuro, rosado o púrpura, marrón o violáceo, no resulta nada atractivo. Los antepasados coños intonsos, producían verdadero respeto. Un lugar agreste sin duda, que surgía de pronto en una llanura de piel fina. Alertando de que en aquel sitio... pocas bromas.

No ocurre lo mismo con los contemporáneos que presentan una calvicie ginecológica. Como preparados para una inminente intervención quirúrgica. Algunos sin embargo ofrecen cierta belleza formal, si son breves y cerrados en sí mismos. Otros presentan la desolación de la lisura de las muñecas de Famosa. Sin embargo es de agradecer que todo su misterioso mecanismo sea interno y por tanto invisible.

Ustedes quizás opinarán que los senos al estar situados en la zona alta y por tanto noble, escaparán al presente análisis. Lamento indicarles a los que eso crean, que unas esferas prominentes colocadas en el pecho, aparte de nada funcionales y molestas para cualquier actividad, necesitan ser encerradas en unas ortopédicas jaulas que reciben el horrendo nombre de sujetador. Necesarios, claro y agradecidos incluso, algunos de estos adminículos, pues recogen, ordenan y abrigan tantas irregularidades...

Los pezones... miren, me llevan a la maternidad y a la lactancia. Me inspiran un respeto de alimento sagrado.

En la anatomía femenina diríase que es más interesante el envoltorio, lo circundante que lo propiamente genital.

Los hombres, cegados por la mezcla de una libido a veces desquiciada y por el misterio femenino, oscuro e inalcanzable, encontramos bello casi todo, a través de la niebla del deseo.

Cuanto más estética no sería la ausencia de todos esos órganos. Imaginen cuerpos ideales, sin protuberancias obscenas ni tristes evidencias de carnes sin control. Entrepiernas cerradas y lisas, pechos planos y atléticos. En resumen un nuevo diseño funcional, limpio y práctico que nos aproximara a la belleza casta de los delfines. La procreación y los placeres propios del sexo, deberían estar a cargo de discretos órganos ocultos como el páncreas o el bazo, cuya estimulación sería efectiva con solo una mirada intensa, un roce de la mano o mediante algún dispositivo intracraneal conectado a la red.

Tal vez en una próxima mutación de la especie.

domingo, 15 de febrero de 2009

FELISBERTO




Felisberto estaba absorto en la sombra, deslumbrado por el sol de aquella tarde de primavera. El calor hacía vibrar el aire que subía caliente del asfalto y creyó ver de nuevo a aquella chica perfecta del vestido leve, cuya transparencia dibujaba unas formas espléndidas. La misma visión que tuvo su padre cuando él le presentó a su novia en aquella otra primavera ya tan lejana.

Felisberto se sentaba muchos sábados bajo aquella sombra, como una Penélope absurda, Soñando con la llegada de una nuera idílica. Y con ella esa alegría íntima y secreta, de una voluptuosidad contenida, conque los padres reciben a las novias de sus hijos.

Pasado el lapso de inútil espera, entraba en casa volviendo a la realidad. Al armario del baño lleno de cosméticos, a la música de Alaska invadiendo el aire a todo volumen. A la visión fugaz de aquella habitación de decoración kitsch.. Al poster de Marilyn y a las tapicerías de leopardo. Al armario medio abierto, que guardaba una ropa de brillos y pedrerías incomprensibles.

Cuando me abrió la puerta, el fuerte olor a perfume casi me tumba. Su mujer y su hijo se iban de compras. Discutían antes de salir, qué bolsos eran más apropiados y conjuntaban mejor con los zapatos y la ropa. Me soltaron dos besos apresurados al cruzarme con ellos en el recibidor.

Felisberto me llevó a la cocina. Sacó unas cuantas cervezas de la nevera y algo de picar.
Nos acomodamos en el sofá del salón frente a la tele.

- A ver que hace hoy el Barça, Felisberto.

sábado, 7 de febrero de 2009

DUELO



El sol entraba por el lucernario de la gran sala central, iluminándola con una alegría obscena. El mármol travertino y la madera de cerezo procuraban una decoración aséptica, neutra y paliativa del dolor.

Los murmullos de la gente agolpada ante el velatorio ganaban intensidad , obligando a un empleado a ordenar silencio cada diez minutos. Saludé a algunos conocidos, con la expresión de rigor. A los amigos del difunto, chavales de quince años , en aquel momento recogidos entre ellos, empequeñecidos, arrancados de pronto de sus cotidianas risas. Tristes con sus vestimentas alegres de sábado por la mañana, sus bandoleras y sus bolsos con pegatinas chillonas ajenas a la aflicción del momento.

Entré al velatorio, al núcleo de los familiares más cercanos. La madre, agarrada a la urna, miraba a su hijo yacente con ojos de hielo, el mentón caído, la boca medio abierta en una mueca indefinible. El padre a quien solo conocía de coincidir como espectadores, en algunos partidos de fútbol del colegio, me abrazó con una fuerza de náufrago. No recuerdo las apresuradas palabras que le dije expulsadas a borbotones por la presión de sus brazos desesperados.

Me detuve un momento junto al féretro. Bajo el cristal, la cabeza amortajada de blanco del adolescente muerto. Irreal, inconcebible.

Nos condujeron a la capilla. La ceremonia fué laica. Sin el familiar consuelo de cruces, sacerdotes y liturgias, el acto aún resultaba más doloroso. Primero habló un profesor, después una de las chicas con una entereza admirable, pronunció un pequeño discurso de homenaje al finado que no tuvo tiempo de vivir.

Alguien puso una de esas canciones sentimentales. El poder misterioso de la música provocó una vibración oculta y aquellas notas, me rompieron algo por dentro. Sentí una tenaza en la garganta, una presión tras los ojos incontrolable y tuve que salir, refugiarme en el pequeño jardín posterior, oculto a las miradas. De repente una extraña empatía me acercó al lugar del padre.

Allí, sin dominio alguno, apoyé la cabeza en el tronco de un arbolito joven. Unas gotas humedecieron la tierra bajo mi niebla atroz.

sábado, 31 de enero de 2009

CLUB HABANA



El despacho de la consulta era oscuro, como apagado por la decoración de madera que forraba las paredes. Sentados en las sillas de confidente, Silvia y yo, apenas veíamos el rostro del Doctor, pobremente iluminado por una lampara de sobremesa de pantalla verde.

El Doctor tenía una fuerte presencia, muy alto, de rostro enjuto, moreno, pelo negro engominado hacia atrás. Mirada profunda y una constitución atlética que convertía sus sesenta y cinco años en cincuenta. Su voz cavernosa delataba los excesos de tabaco y alcohol.

Mientras nos hablaba desde su autoridad indiscutible, arrancaba el filtro del cigarrillo y lo encendía. Las primeras bocanadas de humo me resultaban cinematográficas. Creía ver a uno de esos protagonistas duros del Hollywood de los cuarenta.

Tras unos minutos de conversación, un monólogo al que nosotros asentíamos como sectarios deslumbrados, aparecía la enfermera -su mujer- que con sumo respeto le indicaba que ya estaba todo dispuesto. Entonces el Doctor le decía a Silvia que ya podía pasar a la sala contigua.

Quedábamos hablando unos minutos en el despacho, de temas médicos y de todo en general. No sabía como, pero en esos momentos yo quedaba desprovisto de opinión , abrazando como propio todo cuanto el Doctor afirmaba.

“La señora ya está preparada” Anunciaba la enfermera asomando la cabeza por la puerta.
Si quiere pasar... me decía el Doctor. Y yo le acompañaba siguiendo su rastro de bata blanca hasta la sala de exploración.

La puesta en escena, consistía en una disposición de los figurantes cuidadosamente estudiada.
La enfermera casi apoyada en la pared del fondo como en posición de firmes, parecía guardar un orden innecesario. El Doctor sentado en el centro de la sala delante de la silla ginecológica, frente al sexo expuesto de Silvia, que se cubría el vientre con una sábana. Yo bajo el umbral de la puerta como un observador inútil.

El magnetismo del Doctor parecía perturbar a Silvia, mientras hurgaba en su interior. Establecí una triangulación de miradas: Doctor-Enfermera-Silvia y comprendí la función tranquilizadora de quién desde su posición de firmes guardaba un orden tal vez ahora ya necesario.

Entretanto me puse a pensar en el perfil del Doctor, recordé que conducía un espectacular deportivo rojo algo inapropiado para su edad . Había aparcado cerca de su coche en el parking que había en el mismo edificio.

Una vez el Doctor, hubo terminado la extracción de flujo vaginal y explorados senos y sexo, dio por terminado el reconocimiento. Dirigí una última mirada a Silvia que parecía transportada y abandoné mi puesto para volver a la silla del despacho.

El Doctor recibió en ese momento una llamada, oí que decía: “ De acuerdo, iremos en mi coche. Es viernes y abrá un ambiente animado. Hasta ahora”. Eramos la última visita de la tarde y tuve un fuerte impulso de seguirle. De pronto le dije a Silvia que tenía que pasar por mi despacho a recoger una documentación que había olvidado y que ella tomara un taxi para volver a casa.

Nos despedimos del Doctor, dejé a Silvia en el taxi y fui deprisa al parking. Aguardé semiescondido en el coche. Diez minutos más tarde apareció el Doctor y su amigo, un colega sin duda, pero de aspecto completamente opuesto, regordete bajito, calvo y luciendo una pajarita casi oculta en su inexistente cuello. Montaron en el deportivo rojo. Arranqué tras ellos, los seguí como pude, intentando no perderlos gracias a los semáforos. Salimos de la ciudad, una vez en la autovía el Doctor volaba en su coche. Tuve que acelerar al máximo para seguirles a una prudente distancia. Por fin su intermitente de la derecha me indicó que llegaba a su destino. Un local apartado, con rótulos de neón y nombre que evocaba un lugar del Caribe. “Club Habana”.

sábado, 24 de enero de 2009

SOLEDAD DEL BAR



El camarero birmano sirve dos cafés. Los pone juntos, delante de mí . Creo adivinar en su expresión velada por los rasgos asiáticos , un gesto de extrañeza cuando coloco el segundo café en el otro extremo de la mesa, como para ser consumido por un invisible acompañante.

Quise quedar contigo, después de tantos años de ausencia, para que veas en quien me he convertido. Para que compruebes los estragos que el tiempo y la vida han hecho en mí. Para que sepas que estoy vencido, que no queda nada de aquel espíritu que se creía puro y limpio. Que he sucumbido como muchos otros a la realidad. Que he cedido a las presiones, que ya solo soy un ser mezquino.

Quiero que me veas así, para que esta imagen actual borre la antigua, la idílica , la figura perfecta que fui cuando aún la vida no me había presentado sus pruebas.

Entretanto tomo el café a pequeños sorbos, con más azúcar que el habitual por razones obvias. ¿Cómo estás tú, sigues siendo la misma?, ¿Has sobrevivido y mantenido tus ideales?. Siempre fuiste tan fuerte dentro de tu apariencia delicada.

Te hago estas preguntas en silencio. A diferencia de otras citas en que todo es conversación animada, hasta alegre. Con otra gente que nunca sabrá quien fui, ni de donde vengo y que quien sabe lo que verán en mí. A esa distancia que impone la mesa, esos setenta centímetros que preservan el espacio vital de cada cual.

El camarero birmano me mira de reojo cuando pasa cerca. Tu café se ha enfriado ya. Me llevo tu azucarillo en el bolsillo, de recuerdo.

Pido la cuenta y me voy.


viernes, 9 de enero de 2009

LA EDAD DE LA INOCENCIA




Apenas circulaban coches por las calles, jugábamos a pelota en medio de la calzada, también partidos de fútbol con chapas de botellines de cocacola o cerveza , las bocas de las alcantarillas hacían de portería. Montábamos batallas de una calle contra otra a pedradas y jugábamos al futbolín a peseta la partida.

El tiempo pasaba muy lentamente. Por los patios de vecinos siempre se oía el llanto de un niño o mujeres cantando tristes boleros, mientras atendían a los pucheros. Diríase que la luz era más intensa, el aire limpio, el cielo más diáfano, los objetos más pesados, los mayores muy lejanos e infelices, fuera de nuestro mundo de risas ingenuas.

El colegio era una academia instalada en un primer piso doble sin patio de recreo, las paredes verdes, los altos zócalos de un tono más oscuro. Las mesas macizas, ganaban grosor a base de capas de pintura. El olor de las aulas por las tardes llegaba a ser untuoso, un ambiente pesado del que queríamos escapar cuando daban las seis y en fila saludábamos sin ganas al maestro dándole la mano, antes de salir a toda prisa.

La maestra, amargada por el amor no correspondido del Director, seguía abofeteando a los niños de primero en sus clases de lectura; la ele con la a la, la ele con e le, si se equivocaban plaff, recibían la sacudida de su gruesa mano y sus anillos.

El maestro, un vencido por la guerra y por sí mismo, visitaba el bar de enfrente, donde cargaba combustible antes de entrar en clase. Se alimentaba de alcohol y tabaco. Sobre la mesa tenía alineadas cuatro reglas de diferentes calibres, longitudes y formas con las que impartía sus clases. Los días que teníamos que responder a sus preguntas con la lección poco aprendida, probábamos las diferentes durezas de las reglas. Un truco más placebo que otra cosa era frotarse un diente de ajo sobre la palma de la mano. Aquellas mañanas estaban dominadas por lo que ya era el aroma característico de un día de examen. Sin embargo poco podía hacer el ajo para defendernos de la regla corta negra de sección cuadrada con cantos de varilla de latón. El maestro la blandía con destreza de espadachín repartiéndonos reglazos por todo el cuerpo, mientras por su mente pasaban quien sabe que terribles momentos de su pasado o de su miserable presente.

Al salir de clase volvíamos a reírnos como si nada, a nuestros juegos y chanzas y a nuestra felicidad impúber.

El Director de la academia era un hombre pulcro, de baja estatura, sonrosadas mejillas moteadas de aureolas rojizas y manos cuidadosamente tratadas por la manicura. Desprendía un suave aroma como a polvos de talco.

Debíamos ser unos mozalbetes muy díscolos, para merecer su atención hasta tal extremo que nos sometía a refinados castigos con reminiscencias históricas, recordándonos las romanas torres: las Torres Antoninas nos decía y ya sabíamos que debíamos subirnos de rodillas sobre las mesas con las manos en el cogote. Una vez colocados en esa postura, el Director se acercaba y nos aplicaba un “masaje” (decía) al hecho de abofetearnos suave y rítmicamente con ambas manos de forma que nuestras cabezas efectuaban un movimiento de vaivén de izquierda a derecha como atentos espectadores de un imaginario partido de tenis. El peor castigo era aguantarnos la risa, cuando nos mirábamos unos a otros en semejante postura.

Las clases eran mixtas y las niñas con sus batitas rosas nos miraban divertidas. Ellas no sufrían castigos físicos, salvo alguna excepción, como Lidia una rubita mona y traviesa que a veces también probaba la regla milimetrada. Un alumno más mayor que iba a un curso superior, era un calco del Director. Lidia, aquel diablillo perspicaz , le preguntó un día al Director si Martín era hijo suyo. Él visiblemente azorado le respondió que era su sobrino.

Pepita era más mayor, tendría unos catorce años. Asistía a algunas clases, pero la mayor parte de sus tareas consistían en hacer la limpieza y ayudar en la cocina del colegio. Iba algo retrasada en los estudios y compartía aula con nosotros. Era alegre, más ingenua que el resto, demasiado infantil para su edad. No se le conocían padres, nadie venía a buscarla al colegio, vivía en la academia, junto con una sirvienta, una mujer mayor. Un día nos enteramos que el Director era su tutor.

El curso siguiente, dejó de asistir a clase y solo ejercía de cocinera, para los pocos alumnos que se quedaban a comer. La vimos, distinta y distante, aquel septiembre, como si de repente se hubiera hecho mayor y ya no hablaba con nosotros.

Poco después, un día en el mercado, un grupo de madres hablaban entre ellas y observé sus caras de asombro, de repudio, irónicas...Pude escuchar como comentaban el reciente matrimonio de Pepita con el Director. En la academia no se comentaba nada y la madre de Martín seguía visitando el despacho del Director de vez en cuando.

Sigue siendo alta y esbelta aunque ha puesto unos kilos de más. Sus facciones y su expresión continúan siendo algo vulgares, sin embargo sus ojos, de un castaño muy oscuro, me parecieron los mismos de hace cuarenta años, cuando nos cruzamos en la puerta del super. Nos miramos un instante, con el disimulo y la indiferencia forzada de quienes se reconocen después de tanto tiempo y evitan hablarse.

Se fue calle abajo de la mano de su nieta. No vi al Director.