sábado, 28 de marzo de 2009

LA LEY DEL MINIMO ESFUERZO



La seducción espontánea, el sexo ocasional y gratuito, es un terrible malentendido. Porque pagar siempre se paga, sea de entrada o en cómodos plazos. Para hacer sexo con una mujer se acaba pagando siempre. Así me hablaba Felisberto, en aquella terraza primaveral, frente a dos cervezas y con vistas al paseo, donde observar la circulación de interesantes especímenes a contraluz.

Comencé a reflexionar internamente, tratando de adherirme a sus argumentos y recordé algún episodio irritante y dulce a la vez, en que algunas mujeres desarrollan todo un despliegue de coquetería, ese ahora te digo una obscenidad y después me hago la estrecha, que pone bastante nervioso hasta resultar insoportable. Empezando por ahí el pago en forma de paciencia.

No dudo de la sabiduría de la naturaleza. Sus razones tendrá para atormentarnos a los hombres con el sexo. Esa danza extraña en la que ellas hacen todo lo posible para llegar al orgasmo y nosotros para retardarlo. Nuestra sexualidad es automática y la de ellas mucho más compleja. De manera que hay que portarse bien, no valen las medias tintas, es un juego de estrategias y habilidades. La parte devoradora de ellas lo quiere todo. Si ganas eres la luz y si pierdes no eres nadie y no dudarán en ponerse en otras manos más eficaces que las tuyas. Ellas, que luego van diciendo por ahí que el sexo no es tan importante.

Siempre odié el esfuerzo y la perseverancia. Si las cosas cuestan mucho esfuerzo es que quizá no valen la pena. La vida es demasiado corta para perder el tiempo en insistencias y esforzarse en algo es admitir la propia falta de talento.

Haciendo una retrospectiva, recordé que para evitar el rechazo, siempre me dejé conquistar. Había utilizado la técnica de ciertas aves, que lejos de cortejar, simplemente se exponen con la esperanza de atraer al otro sexo. El resultado siempre fue satisfactorio pues eran ellas quienes seducían, decidían y se satisfacían, evitando así cualquier forma de pago por mi parte.

Ahora que el plumaje luce algo desmochado y que la comodidad me hace dudar entre un buen whisky con vistas y un buen polvo, practico como nunca la ley del mínimo esfuerzo.

-Mira Felisberto, esa de la minifalda, uff, está que cruje...

sábado, 21 de marzo de 2009

MUDANZA



“Al fin recordamos la clave. Ya no tendremos que recurrir a soñar para encontrarnos, porque hemos atravesado el cristal que nos separaba lo imaginario de lo real. Existimos y nos hemos encontrado, lo demás no importa”

La caligrafía elegante y ordenada, la tinta azul de la dedicatoria en la primera página blanca del libro, ahora amarillenta y con los bordes amarronados por el paso del tiempo. De una edición de bolsillo cuyo papel seco y rugoso, aún conserva el precio a lápiz: 75 ptas.

El libro que durante tantos años creí perdido, apareció en el fondo de un armario durante una mudanza. Al contrario de lo que suele ocurrir en las mudanzas, donde siempre se pierde algo.

Ella volvió a ser tangible en aquellos instantes, cuando mis dedos tocaron la superficie de sus letras y la pequeña máquina del tiempo personal retrocedió hasta aquellos lejanos días ahora irreales. Tan distantes que parecen pertenecer a la vida de otro. A la de algún personaje de novela, exagerado, arrebatado por la imaginación demasiado calenturienta del autor.

Después, lentamente, el almacén de recuerdos repasó la trayectoria de mi vida insubstancial y sin saber porque se cruzaron imágenes confusas de fechas señaladas y me pregunté que haría ella cuando yo celebraba un cumpleaños, qué hacia un día de Navidad cuando yo lo celebraba con mi familia, qué regalos recibía en una mañana de Reyes mientras yo montaba en el suelo el último juguete de mi hijo. Cómo era su vida en un día laborable, con quién se relacionaba. ¿Habría encontrado en su camino a alguien a su medida?

Hace dos años supe por terceras personas que visitó mi ciudad. Probablemente caminaría por aquellos lugares que yo siempre procuro evitar para no recordarla. Me dijeron que sigue viviendo sola. Preguntó por mí. Le respondieron con vaguedades y lugares comunes, como con sigilo para no levantar expectativas. Dicen que se alegró de que todo me fuera bien.

De vez en cuando despierto brevemente de mi eterna anestesia y el vértigo vuelve. Entonces pienso en entrar en contacto con ella de nuevo. Por métodos laberínticos, indirectos. Si conociera su dirección, relaciones epistolares por correo electrónico o por mensajería instantánea, sin declarar mi identidad. Unas ideas locas para saber como es ahora, como piensa, que hace con su vida. Desde mi enfermizo anonimato, porque no sería capaz de presentarme.

Esta mañana he tecleado su nombre y sus dos apellidos en el buscador de páginas blancas de Telefonica.

sábado, 7 de marzo de 2009

PERIODISMO



Hablaba de actualidad, entrevistaba políticos, protagonizaba tertulias y opinaba sobre cualquier cosa pontificando con énfasis en proporción inversa a mi ignorancia sobre el tema a tratar. Incluso durante un tiempo me dediqué a la información deportiva.(Mi madre nunca lo supo)

Ahora soy un periodista de éxito desde que abandoné la información convencional. Encontré el filón. Desde hace un año dirijo un programa de radio que ya es líder de audiencia en su franja horaria. Se preguntarán Ustedes de que trata mi espacio radiofónico para conseguir tal éxito. Muy sencillo: Espiritualidad, conducta humana, inteligencia emocional...Todo ello aderezado con unas gotas de sabiduría oriental, ya saben, un poco de meditación, yoga, pinceladas budistas, algún repaso superficial a míticas religiones; induísmo, sintoísmo, un poco de taoísmo... Sin olvidar alguna incursión a ciertos rituales primitivos africanos, chamanes, etc. La mezcla es infalible.

Me rodeo de especialistas que invito al programa, los cuales sueltan su discurso, cuanto más absurdo y falto de rigor mejor. De manera que por ejemplo una tarde me traigo a dos psicólogas que después de plantear un tema relativamente sencillo, se contradicen diametralmente en sus diagnósticos, sin discutir siquiera entre ellas. Cualquier oyente con dos dedos de frente no dudaría de eliminarlas de la profesión.

Los antropólogos que vienen al programa dicen cualquier cosa aberrante y nadie les discute ni un ápice de su discurso. Los semiólogos teorizan sobre conductas humanas incomprensibles. Los naturópatas tratan de inculcar sus sermones desquiciados y así toda clase de impostores que se van turnando día tras día en mi espacio.

Poco a poco van surgiendo en mi programa nuevos expertos en disciplinas sin la menor base científica, ni de ninguna clase. Practican el más absoluto desprecio al saber de la Humanidad que tantos siglos de trabajo y estudio ha costado. Toda esa pléyade de mamarrachos, destruye de un plumazo la cultura, la ciencia y la historia.

Como les digo el programa es todo un éxito, pero soy ambicioso y hace poco publiqué una novela también sobre temas espirituales. La escribí en tres semanas, sólo era cortar y pegar. Me limité a transcribir las intervenciones de mis absurdos colaboradores e invitados. ¿Qué creen que pasó? Efectivamente ; me concedieron el premio de narrativa de la ciudad, al mes siguiente la medalla de honor al periodismo más innovador. Mis amigos siempre tan atentos, agradecen mis invitaciones a la radio. Entre todos formamos un influyente lobby lúdico, sin otro objetivo que gozar de la buena vida, la fama y la ascensión social a costa del cretinismo ajeno.

Mientras tanto mis oyentes, pedalean sobre bicicletas por toda la urbe, haciéndola insufrible. ¿Aún no se han enterado que existen las motos? Cuando llegan a casa tratan de practicar las enseñanzas vertidas en el programa con sus respectivas parejas; Tocarse más, comunicarse, el afecto, el amor, etc.. Ya me dirán el interés que tal práctica puede tener en una pareja de largo recorrido....Pronuncian la palabra energía unas quinientas veces al día, se sientan en posición de loto y sustituyen su cómodo colchón de toda la vida por un infame futón japonés. Educan a sus hijos en el diálogo y la comprensión, creando una generación de monstruos indisciplinados, holgazanes e inútiles. Me elevan a la categoría de gurú y bajo mi guía organizan encuentros multitudinarios, donde su vocación gregaria alcanza la máxima expresión.

Y es que cuando se deja de creer en Dios, se empieza a creer en cualquier cosa.