sábado, 3 de octubre de 2009

LA LUZ OSCURA



Hablar de un artista sin obra, es tarea difícil. Solo puedo exponer la exigua información que conseguí sobre su trabajo, obtenida a través de algunas entrevistas con personas que le conocieron en su época de creación.

Nacido en el cinturón obrero de Manchester, hijo de una familia inmigrante de origen irlandés, Andrew O’Hara fue uno más de esos niños de la pobreza, sin acceso a la formación ni a la cultura. Sus cualidades innatas para el dibujo y la plasmación de imágenes, le llevaron a estudiar de forma autodidacta las técnicas de pintura y escultura. Sin embargo halló su verdadera forma de expresión por azar, cuando heredó una vieja cámara que había utilizado su padre para retratar a la familia en días señalados.

A los 18 años empezó a realizar fotografías de temas espeluznantes, que producían en el espectador un desasosiego insufrible. Expuso sus primeras obras en el centro católico de su barrio y horas después las fotografías eran destruidas con saña entre exhorcismos y actos de fé por el cura y sus ayudantes.

O’Hara fue repudiado por su familia y expulsado del barrio. Vagando por las calles conoció a un estudiante de bellas artes a quien mostró parte de su trabajo. Este, profundamente impresionado por lo que vió, hizo lo posible para que Andrew tuviera la oportunidad de mostrar aquella obra tan abyecta como revolucionaria, en la sala de proyecciones de la Facultad. Fue así como en 1979 y una vez pasados los negativos a diapositivas, se realizó una única proyección ante un público instruido y avezado en la comprensión de todo tipo de imágenes. Tras quince minutos de oscuridad y silencio donde el juego de luces y sombras hipnotizó a alumnos y profesores, sumiéndoles en una parálisis tensa, se abrió la luz de la sala y el público petrificado, segundos después rompió en aplausos histéricos y silbidos de entusiasmo. O´Hara abrumado por aquella reacción desapareció a toda prisa del local sin que nadie pudiera darle alcance.

Siempre fue un ser asocial y como tal era para él inconcebible entrar en el mercadeo de su obra y en las miserias que todo comercio conlleva. Su vida se convirtió en una vida errante e invisible entregada a su obra. Su radicalismo aumentaba y la toma de imágenes chocó contra la moral existente y las buenas costumbres. Sufriendo diversas condenas, tras una desgraciada sucesión de incidentes contra la propiedad ajena y la honestidad. Hasta que finalmente fue encarcelado condenado a tres años de prisión por secuestro.

Su estancia entre rejas no hizo otra cosa que acentuar sus ya enloquecidas tendencias. Sus fotos clandestinas en prisión llegaron a manos de los médicos que le declararon enajenación mental crónica. Fue trasladado a uno de los más severos psiquiátricos del Reino Unido, el único que aún conservaba los viejos métodos de tratamiento.

Entre sesiones de duchas frías con mangueras a presión, calmantes y electroshocks, O´Hara, envuelto en las telarañas de la locura, seguía visitando en sus pesadillas las iglesias donde retrataba figuras de santos martirizados. Continuaba fotografiando descuartizados maniquíes perfectos en escaparates de grandes marcas francesas. Asistía a sesiones de tortura en mazmorras inimaginables, donde los oficiantes le servían las intolerables imágenes que solo él podía convertir en arte. Seguía colándose en los hospitales las noches de fin de semana en busca de horribles visiones de accidentados en la carretera. Continuaba observando las lentas fases de degradación de sus víctimas secuestradas en un sótano de pesadilla en pos de las mejores imágenes para su arte.

Por desgracia toda su obra fue destruida y aquellas imágenes, hoy solo navegan en la oscura nebulosa de su mente, opacas al resto del mundo.

Después de 25 años de internamiento, un moderno programa de rehabilitación avanzada -que preconiza la liberación a la sociedad de estos enfermos- envió a O’Hara al extranjero con el fin de evitarle los escenarios que le condujeron a la demencia. El programa insiste también en la importancia de un cambio de clima, de manera que vive en la actualidad en una ciudad mediterránea, en una casa especial de acogida, donde es tutelado sutilmente, aunque manteniendo una cierta libertad de movimientos.

Hace un mes fue visto en un parque dándole de comer a los patos de un pequeño estanque. Se le acercó una modelo principiante que puso una pequeña cámara digital en sus manos para que la retratara sobre un fondo de arbustos y arboleda. O’Hara quedó inmóvil sosteniendo la cámara, su mirada expresaba una mezcla de odio retrospectivo y ansia renovada por volver a su arte tras 25 años sin práctica.

La modelo resultó ser compatriota suya, de la misma ciudad. De inmediato se creó una simpatía mutua, una diabólica comunión entre iguales que desaparecían tragados por las frondas de aquel bosque urbano. La vida invisible y atormentada de O’Hara, poco a poco se tornó esperanzada al encontrar aquella alma gemela por un juego del destino, a dos mil kilómetros de distancia en un país del sur.

Aprendió los rudimentos de aquellas nuevas cámaras que permitían ver al instante la imagen obtenida, convirtió a la chica en su musa y ésta le condujo hacia abismos que ni él llegó nunca a imaginar.

En breve anunciarán una exposición solo visible en la red. En exclusivas páginas de pago.