sábado, 30 de enero de 2010

LA HORA DEL ANGELUS



-Quedamos en la calle junto al parque y te lo cuento, tardaré media hora.
-Vale, hazme una perdida al llegar.

La esperé unos diez minutos, el tiempo de arreglarse precipitadamente. Entretanto, la agente de la zona azul, embozada tras varias vueltas de bufanda apenas me miraba fugazmente desde su ronda de vigilancia aterida, sin atreverse a exigirme el ticket a pocos minutos ya del final del horario de pago.

El motor en marcha para mantener la calefacción y mis manos frías cerca de las salidas de ventilación.
En estas apareció Laura por la esquina. Se acercaba con paso rápido azuzada por un viento gélido hasta meterse en el coche y cerrar la puerta con urgencia, como dejando atrás un peligro externo. La oscuridad de la noche parecía doblar la intensidad del frío.

Sentada en el asiento del acompañante, Laura parecía un aviador helado en las alturas, con su cazadora de cuello levantado. Quise besarla levemente en los labios a modo de saludo, pero movió la cabeza hacia abajo presentándome su pelo algo despeinado por el aire. La agarré por el cuello de la cazadora levantándole la cara hasta besarla en un instante fugaz.

- Quieto manos largas! ¿buenas o malas noticias?
- El cliente acepta el presupuesto. En un mes empezamos el proyecto.
- Biennn. Eres el mejor como siempre.

Y pasé a contarle los detalles de la operación , los acuerdos y todo lo que había que preparar para empezar el trabajo y anticiparnos al plazo de entrega.

-Bien, ahora dejemos el trabajo y pasemos a temas ludicofestivos.
-Hoy no me encuentro nada bien. Todo el día con problemas y prisas.
-Pues ahora ya se acabó el día. Ven aquí...

Volvió a forcejear dentro de su armadura de cuero que mis manos apretaban sintiendo un tacto de forros y capas de ropa que aislaban su cuerpo, dándole al conjunto una textura de saco de hortalizas.
Por fin se tranquilizó y la besé suavemente en la cara, las orejas , en la comisura de los labios, en el centro. Penetré la punta de la lengua en su boca, encontrándome la barrera de sus incisivos que recorrí un instante hasta notar su lengua y me apartó.

-¿Demasiado íntimo? Le dije.
-No, déjame...
-Tengo la mano fría. Déjame calentarla aquí.

Coloqué mi mano derecha plana entre sus muslos cubiertos por la áspera tela del pantalón vaquero. La fui subiendo hasta encontrar la fuente de calor que emergía de su entrepierna. Mientras conversábamos la iba acariciando muy despacio. Aquella acción nada tenía que ver con lo que decíamos, pero la mano seguía allí moviéndose como ajena a nosotros. Ella permanecía quieta. Así estuvimos unos diez minutos.

El contraste entre sus negativas y la aceptación de aquella prolongada caricia, me provocó una excitación tranquila (si eso es admisible). Aparté la mano ya caliente y la dirigí a su nuca , que acaricié con la punta de los dedos. Moviéndolos lentamente en otra caricia de nuevo ajena a lo que hablábamos. Una mezcla de temas laborales y personales sin orden ni concierto.

Tuvo que marcharse y me despidió con una nueva pugna por zafarse de mi abrazo. Quedó quieta un momento y la besé superficialmente, muy despacio.

-Toma nota de los deberes para este fin de semana:
Buscarás el libro que te regalé hace tiempo y empezarás a leerlo de una vez.
Me mandarás un sms mañana, exactamente a la hora del Angelus.
Durante todo el fin de semana llevarás el reloj en la muñeca contraria a la habitual.
Espero que cumplas estas pequeñas obligaciones.

-Lo haré.

Minutos después , mientras circulaba hacia el centro de la ciudad, un dolor sordo proveniente de las ingles avanzaba hasta el interior del escroto. Aquel tormento íntimo me llevó a épocas pretéritas y recordé que el suplicio probablemente duraría horas . Tal vez hasta la hora del Angelus.