Desde mi posición, a pocos centímetros del mostrador de recepción, la perspectiva es excelente para admirar su escote nacarado, acabado en un canal oscuro que promete dos esferas plenas cuyo tacto y peso recuerdan racimos de uva a punto para la vendimia . Sonríe no sin malicia, dándome los buenos días.
-Buenos días Yolanda, hoy me siento como si por dentro tuviera solo 30 años.
-Sí claro, será por dentro...-me responde-
Y me recuerda de paso que tengo la misma edad que su madre. No conozco a la señora pero aún así procuro evitar la irrupción en mi mente de cualquier posible imagen de mujer percherona sin remedio.
-¿ Quieres conocer a mi churri ?
Me lleva hasta su pantalla y abre la carpeta de fotos del fin de semana en la que aparece un mequetrefe, este si de 30 años. En su mirada perdida veo la duda entre jugar a la Play o echarle un polvete a Yolanda.
Me abstengo de calificar al pipiolo como se merece, para no herirla y hago un comentario neutro y vago. Ya me voy cuando aparece Jorge, mi compañero coetáneo, que también es invitado por Yolanda a conocer la foto de su nuevo noviete. Los dos de pie nos miramos de reojo con una complicidad triste, mientras ella sentada en el centro se ha quedado esbozando una sonrisa boba.
En un arrebato, Jorge y yo exponemos a dúo a Yolanda las delicias de que sería objeto, en caso de aceptarnos como amantes ocasionales. La llevaríamos a cenar a un lugar elegante, donde la acomodaríamos al sentarse. Con nosotros gozaría de una agradable conversación, llena de ocurrencias graciosas, suculentas anécdotas, refinamiento y cultura que solo los años pueden otorgar. Le describimos una escena de cuadro renacentista, donde los dos yaceríamos bajo sus pechos. Como protegidos bajo una divinidad femenina.
Yolanda estalla en una risa escandalosa que amenaza con llegar hasta el despacho de Gerencia y nos despide cariñosamente:
-Iros a trabajar, viejos verdes! ja ja ja.
Alrededor de los 50, ya no nos inquietan las modas, ya no nos importa lo que los demás piensen de nosotros. Aún no hemos renunciado a las ideas ni hemos cambiado de bando. Nos siguen cabreando los mismos políticos y los mismos fanáticos de siempre.
Las mujeres que nos gustan siguen diciéndonos que no vamos a estropear una buena amistad por un revolcón y las que nos resultan indiferentes nos persiguen. Curiosamente igual que ocurría en la juventud. Se acabaron las luchas, los nervios y las dudas de identidad,- y seguimos sin saber quien somos -. Lo que íbamos a ser de mayores ya ha llegado y el resultado mejor no comentarlo.
Dicen que con la edad se alcanza una cierta serenidad y una sabia perspectiva, cuando en realidad hay momentos de duda mucho mayores que a los 20 años. Y que hay un gran abanico de placeres para cada edad si sabemos encontrarlos.
¿Pero qué hacer cuando creemos tener 20 años menos por dentro y llevar 10 años de retraso en la vida real?