domingo, 20 de julio de 2008

EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD



El médico me dedicó una mirada escéptica.
-Pase a la sala de al lado y desnúdese.
No había más remedio que aceptar la sucesión de pequeñas humillaciones que conllevaba todo el proceso.
Tumbado en la camilla, me abandoné a las prácticas del galeno; auscultación, toma de la tensión arterial, mediciones de diámetros de extremidades y la prueba final de la báscula: 100,4 Kg. El resultado de años de abandono a los placeres dionisíacos.

-Ya se puede vestir.

Volví al despacho para contarle mis hábitos alimentarios, mientras pensaba que estaba llegando al fin de una época.
Volví a la semana siguiente con los resultados de la analítica. Decidido a aceptar unas normas solo comparables a la más exigente de las sectas. El doctor me extendió un papel con la descripción de la dieta:
El bacalao al pil-pil, sería sustituido por los espárragos en conserva, las albóndigas con sépia, por acelgas aliñadas con el mínimo aceite, los arroces a la marinera por una rebanada de pan de molde al día, las raciones de pescadito frito por el pescado hervido y el jamón ibérico por fiambre de pavo.

Debió observar mi expresión de abatimiento, cuando me dijo: “Las dietas son tristonas. Antes de empezar asegúrese que tiene la suficiente motivación para iniciar este penoso proceso”.
El doctor que se había formado en clínicas centroeuropeas a juzgar por los diplomas y títulos que exhibía en las paredes, pulsó un botón de su teléfono y poco después aparecieron las que él llamó “las Hermanas Búlgaras”.

-Estas señoritas forman parte de la terapia, le ayudarán y estimularán en la consecución de su objetivo.
Las saludé y correspondieron con una mirada fría y displicente. La morena llevaba un corte a lo garçon y la rubia media melena. Eran de estatura media, ciertamente elegantes. Sus vestidos negros de falda corta resultaban paradójicos en la consulta.

-Cada semana deberá ud visitarnos. Quedará establecido un programa de pérdida de peso, que le facilitaré en una tabla. Si Ud. no cumple con la reducción indicada en la tabla, intervendrán las Hermanas Búlgaras.

En ese momento las miré de reojo, preguntándome en qué consistiría su método persuasivo. Enseguida el doctor despejó la incógnita.

-Como sabe, la comida es la droga más dura que existe. La de consumo más fácil, se encuentra en todas partes, sólo con salir a la calle los estímulos para su consumo son infinitos. Por no hablar de la publicidad con su bombardeo constante. Además, culturalmente nuestras madres se han encargado desde siempre de incitarnos al consumo de grandes platos en reuniones familiares donde la comida es protagonista principal.
En definitiva estamos hablando de una adicción peligrosa en extremo, que requiere soluciones drásticas.

Aquella exposición era irrefutable. No pude hacer otra cosa que asentir sin resistencia a tales razonamientos.

-El nuestro, es un método de última generación, practicado con notable éxito en Alemania y Suiza. Se trata de trabajar al unísono el cuerpo y la mente. El cuerpo, después de los primeros quince días se habitúa con cierta facilidad a la nueva situación de carencia, no así la mente. La mente precisa de estímulos mucho más expeditivos. Es aquí donde intervienen las Hermanas Búlgaras, aplicando a los pacientes técnicas psicológicas basadas en la humillación y el castigo corporal.

Las dos mujeres de pié, se situaron a ambos lados del doctor, completando una escenografía que aumentaba el poder del médico sentado en su trono. Sentí miedo, quise salir de allí y dejarlo todo.
Las Hermanas parecieron leer mi pensamiento y me sonrieron levemente con su helada mirada.

-El procedimiento es muy sencillo. Ud. comparecerá aquí una vez a la semana. Después de un pequeño reconocimiento, la báscula será el juez que dictará una sentencia inapelable. Si no ha llegado a la cifra indicada en la tabla, pasará a la sala de castigo, donde las Hermanas cumplirán con su cometido.
Diciéndome estas palabras, el doctor me acompañó a una sala absolutamente blanca. De las paredes colgaban extrañas indumentarias, una suerte de trajes de submarinista, incomprensibles caretas antigás e instrumentos cuya función no acerté a imaginar. Las Hermanas Búlgaras me cerraban el paso por detrás.
Diversos lemas grabados en las paredes, escritos en una tipografía clásica, completaban el inquietante escenario:

No te aborrezcas a ti mismo. Cuida tu imagen.
Come para vivir, no vivas para comer.
La dieta alarga la vida.
Cuando comer es un vicio, deja de ser un placer.
Dentro del frigorífico está tu peor enemigo.

-Amigo mío, vivimos unos tiempos, donde los valores han sido destruidos. Conceptos como disciplina y autocontrol han caído en desuso. La mayoría de la población no practica otra religión que el consumismo fácil y el placer inmediato. Entregándose a una vorágine sin fin, de sensaciones vacías que no conducen sino al exterminio de la especie.

Tuve que apoyarme en la camilla central de la sala. Sólo quería salir de allí.

-No le diré que el proceso sea fácil. Algunos de nuestros pacientes, se han transtornado con el tratamiento y lejos de perder peso, se han mantenido en él, incluso lo han aumentado. Asisten cada semana al particular purgatorio de las Hermanas, con su voluntad completamente destruida.
Por suerte la sala está insonorizada....
Confío en su fortaleza de espíritu para superar esta prueba. Ud. y su cuerpo me lo agradecerán.

Salí de allí aterrado. El ajetreo de la calle me devolvió a lo cotidiano, sin embargo no pude pensar en otra cosa que en aquella consulta dantesca. Pero por una vez decidí enfrentarme a aquella endemoniada prueba para cuerpo y mente.

Sólo tenía que encontrar una motivación tan fuerte como para vencer aquellos peligros de toda índole.
No se me ocurrió otra cosa que recurrir a una fuerza mayor que el miedo y las privaciones. Me encomendé al erotismo.
Imaginé un futuro de cuerpo de anuncio Calvin Klein, de colonia para hombres que dejan huella. Cuando llegara a ese estado, cualquier esfuerzo habría merecido la pena.

Con éste férreo convencimiento, las semanas se sucedían una tras otra y la aguja de la báscula indicaba cada vez un peso inferior, incluso aventajando lo indicado en la tabla. En mis visitas, aparecían un momento en la consulta las Hermanas Búlgaras. No podían contener sus miradas de arpía, sedientas de someterme a sus torturas, mientras les indicaba la cifra marcada en la báscula, que me libraba de todo mal. Inmediatamente se retiraban a su sala blanca como vampiras frustradas.

Han transcurrido casi cuatro meses, desde el inicio del proceso. He perdido 16 Kg. y el ansia de comer se ha difuminado. Me muevo con más ligereza, he tenido que renovar casi todo el vestuario. Los amigos y conocidos destacan admirados mi visible adelgazamiento.

Mi objetivo se va a cumplir muy pronto, solo me quedan 4 kg. por perder. Este sábado he quedado con dos mujeres de un país del este. Siempre me ha atraído el misterio de las eslavas.

7 comentarios:

Nanny Ogg (Dolo Espinosa) dijo...

Mmmmmm... no me extraña que haya pacientes que no bajan ni un gramo, es una tentación poderosa para cualquier masoquista que se precie :D

Besos

Inés Perada dijo...

Ciertamente, querido Cronopio, esas hermanas pueden servir como motivación solo si no se es morboso, porque a más de uno le hubieran servido como excusa para engordar...y es que hay gente todo vicio.

Salud.

Anónimo dijo...

Oye a las mujeres que quieren adelgar y van a esa consultan ¿qué tienen para ellas? ¿dos búlgaros? ¿!Dos yogures búlgaros?! cachis.....jajajaj...ves no puede ser ya estoy pensando en comida...jajajaj.

LA CASA ENCENDIDA dijo...

... y ahora que hago yo con los enemigos que he dejado dentro de mi neveraaaa!!!
Una fuente de ensladilla rusa de gambas, otra de salpicón de mariscos y dos faisanes en el horno, ummmm, ¿qué hago? ¿mando a la porra a mis invitados?
Ya lo dejaré para mañana, ¡que le vamos a hacer!
Ahora en serio, me alegro que esté dando resultado tu fuerza de voluntad, es lo único que vale en este caso.
Besicos

Xuan dijo...

Puff, ya me puedes ir dando la dirección.

Anónimo dijo...

Me falta una motivación, me falta una motivación... adivina lo que me sobra.

Pobres búlgaras, las vas a dejar en el miserable paro...

Besazos.

Anónimo dijo...

Me siguen sorprendiendo gratamente tus historias, no tan raras.
Un saludo y escribe más a menudo