
La seducción espontánea, el sexo ocasional y gratuito, es un terrible malentendido. Porque pagar siempre se paga, sea de entrada o en cómodos plazos. Para hacer sexo con una mujer se acaba pagando siempre. Así me hablaba Felisberto, en aquella terraza primaveral, frente a dos cervezas y con vistas al paseo, donde observar la circulación de interesantes especímenes a contraluz.
Comencé a reflexionar internamente, tratando de adherirme a sus argumentos y recordé algún episodio irritante y dulce a la vez, en que algunas mujeres desarrollan todo un despliegue de coquetería, ese ahora te digo una obscenidad y después me hago la estrecha, que pone bastante nervioso hasta resultar insoportable. Empezando por ahí el pago en forma de paciencia.
No dudo de la sabiduría de la naturaleza. Sus razones tendrá para atormentarnos a los hombres con el sexo. Esa danza extraña en la que ellas hacen todo lo posible para llegar al orgasmo y nosotros para retardarlo. Nuestra sexualidad es automática y la de ellas mucho más compleja. De manera que hay que portarse bien, no valen las medias tintas, es un juego de estrategias y habilidades. La parte devoradora de ellas lo quiere todo. Si ganas eres la luz y si pierdes no eres nadie y no dudarán en ponerse en otras manos más eficaces que las tuyas. Ellas, que luego van diciendo por ahí que el sexo no es tan importante.
Siempre odié el esfuerzo y la perseverancia. Si las cosas cuestan mucho esfuerzo es que quizá no valen la pena. La vida es demasiado corta para perder el tiempo en insistencias y esforzarse en algo es admitir la propia falta de talento.
Haciendo una retrospectiva, recordé que para evitar el rechazo, siempre me dejé conquistar. Había utilizado la técnica de ciertas aves, que lejos de cortejar, simplemente se exponen con la esperanza de atraer al otro sexo. El resultado siempre fue satisfactorio pues eran ellas quienes seducían, decidían y se satisfacían, evitando así cualquier forma de pago por mi parte.
Ahora que el plumaje luce algo desmochado y que la comodidad me hace dudar entre un buen whisky con vistas y un buen polvo, practico como nunca la ley del mínimo esfuerzo.
-Mira Felisberto, esa de la minifalda, uff, está que cruje...