domingo, 28 de junio de 2009

CULINARIA



Vierto el aceite de oliva sobre la bandeja del horno, formando una espiral. La inclino en diferentes direcciones para repartirlo por toda la superficie hasta que forme una fina película. Una vez peladas las patatas y limpias, con un cuchillo muy bien afilado las corto en láminas entre uno y dos milímetros de grosor. La bandeja debe quedar completamente cubierta de patatas caídas en desorden. Pueden amontonarse entre ellas creando dos niveles. Espolvoreo la sal, desmenuzo una vaina de cayena en pequeños trocitos bien repartidos. También reparto dos o tres dientes de ajo trinchado y perejil cortado a tijera. Cubro este lecho completamente con rodajas de cebolla cortadas de unos tres milímetros. De nuevo un chorro de aceite por encima y la bandeja al horno precalentado a 250º. Dejo hornear durante 20 minutos a 200º.

A través del cristal del horno observo como el calor todo lo transforma, burbujean los ingredientes poco a poco, se mezclan los jugos y la materia cruda se convierte en delicia.

Saco la bandeja del horno y coloco una lubina que la llena en diagonal. Previamente le he practicado diversos cortes en una de sus mitades para que absorba la sal y un poco de aceite por encima. De ninguna manera aprovecho esos cortes para incrustarle rodajas de limón, que alterarían su sabor. A ambos lados del pescado coloco dos triángulos de papel de aluminio para proteger la base de patatas evitando que se quemen. De nuevo al horno y diez minutos más tarde el milagro aparece ante mis ojos. Las patatas en contacto directo con el fondo de la bandeja se han caramelizado presentando un color miel, las de la parte superior ofrecen una textura más blanda, las rodajas de cebolla ya transparentes aparecen como un velo protector. La lubina ha adquirido el punto exacto de cocción.

Me sirvo una ración arrancando las patatas caramelizadas pegadas al fondo con ayuda de una pala metálica. Elijo un tinto potente, hoy un Montsant Marmelade. La lubina no admite blancos.

Todo está en paz, las cosas parecen alcanzar un orden y brindo por todo aquello que no he podido o sabido llevar a cabo.

Se come para olvidar y se bebe para recordar (Manuel Vázquez Montalbán).

viernes, 12 de junio de 2009

MAITINES



A pesar de las pocas horas de sueño, esta mañana amanecí casi con dolor en la entrepierna. La tirantez de mi miembro, me trasladó a épocas juveniles cuando todo era inconsciente y fácil.

Observé la dureza y el grosor con preocupación, puesto que para conseguirlos en un encuentro venéreo, me hace falta disposición, tiempo y el suficiente interés, mientras que hoy, como algunas otras mañanas, consigo involuntariamente este resultado a la salida del Sol. Tal vez la explicación sea una comunión cósmica con la vida y sus misterios.

Mi mujer acababa de salir de casa, hacia su trabajo. Otras veces si aún no se ha ido, levanto la sábana y la invito a una acción rápida. En ocasiones consiente si va bien de tiempo, aunque casi siempre sonríe, me dice que mire hacia otro lado para no verla mientras se viste y me vuelva a dormir.

Como la rigidez no cesaba, pensé en un autodesahogo terapéutico y rápido antes de desayunar. A esa hora matinal más bien vacía, los estímulos eróticos y las imágenes que les acompañan son algo borrosos, hasta resultan absurdos al pensar en la jornada que acababa de empezar. Incomprensiblemente la pertinaz erección se obstinaba en continuar dotada de vida propia y completamente ajena a mis juiciosos pensamientos.

Tuve que proceder a vencerla por el procedimiento de la fricción manual sin entusiamo, puesto que la imagen que devolvía el espejo del baño, les aseguro que era todo menos estimulante. La cara aún sin lavar, el pelo revuelto, la camisa del pijama torcida y aquel hombre delante mirándome perplejo.

Sin embargo el trabajo ya se había iniciado y en ese caso mejor que no haya vuelta atrás, para evitar males mayores. Pasaban los minutos y lo que en otras circunstancias acabaría fugazmente, aquí se hacía eterno. Abandoné la visión del espejo por razones obvias, traté de concentrarme en las ideas que tan excitantes eran la noche anterior, pensar en situaciones o acciones morbosas, etc. Pero comprendan que a esas horas el fragor del tráfico entrando por la ventana, los escolares dirigiéndose al colegio, las máquinas de la limpieza barriendo las calles, las camionetas descargando en el supermercado y el claxon de algunos coches atascados, minaban mi espíritu.

La situación ya resultaba irritante en todos los sentidos, debía terminar con aquello cuanto antes. Por suerte en un último esfuerzo de mi imaginación, pude abstraerme de todo, dejar de pensar en aquel insensato estado para centrarme en algún pasaje lo bastante sugerente como para terminar sobre el lavabo.

Para mi sorpresa no encontré otro que aquel mismo escenario con aquel único actor atribulado, que comenzaba el día de forma tan grotesca ....o no.