
Vierto el aceite de oliva sobre la bandeja del horno, formando una espiral. La inclino en diferentes direcciones para repartirlo por toda la superficie hasta que forme una fina película. Una vez peladas las patatas y limpias, con un cuchillo muy bien afilado las corto en láminas entre uno y dos milímetros de grosor. La bandeja debe quedar completamente cubierta de patatas caídas en desorden. Pueden amontonarse entre ellas creando dos niveles. Espolvoreo la sal, desmenuzo una vaina de cayena en pequeños trocitos bien repartidos. También reparto dos o tres dientes de ajo trinchado y perejil cortado a tijera. Cubro este lecho completamente con rodajas de cebolla cortadas de unos tres milímetros. De nuevo un chorro de aceite por encima y la bandeja al horno precalentado a 250º. Dejo hornear durante 20 minutos a 200º.
A través del cristal del horno observo como el calor todo lo transforma, burbujean los ingredientes poco a poco, se mezclan los jugos y la materia cruda se convierte en delicia.
Saco la bandeja del horno y coloco una lubina que la llena en diagonal. Previamente le he practicado diversos cortes en una de sus mitades para que absorba la sal y un poco de aceite por encima. De ninguna manera aprovecho esos cortes para incrustarle rodajas de limón, que alterarían su sabor. A ambos lados del pescado coloco dos triángulos de papel de aluminio para proteger la base de patatas evitando que se quemen. De nuevo al horno y diez minutos más tarde el milagro aparece ante mis ojos. Las patatas en contacto directo con el fondo de la bandeja se han caramelizado presentando un color miel, las de la parte superior ofrecen una textura más blanda, las rodajas de cebolla ya transparentes aparecen como un velo protector. La lubina ha adquirido el punto exacto de cocción.
Me sirvo una ración arrancando las patatas caramelizadas pegadas al fondo con ayuda de una pala metálica. Elijo un tinto potente, hoy un Montsant Marmelade. La lubina no admite blancos.
Todo está en paz, las cosas parecen alcanzar un orden y brindo por todo aquello que no he podido o sabido llevar a cabo.
Se come para olvidar y se bebe para recordar (Manuel Vázquez Montalbán).