martes, 3 de noviembre de 2009

ESCRITURA TERMINAL



Una mañana vino a visitarme un anciano. El desconocido se acercó a mi cama, aprovechando la hora en que no hay visitas. Debajo de sus ojos azules, se veía la carne enrojecida de unos párpados caídos, vencidos por los contratiempos de toda una vida. Permaneció un rato en silencio, hasta que con un hilo de voz gastada me dijo:

-Mi hija no tiene a nadie que le escriba cartas de amor.

Traté de hacerme con la insólita situación y pregunté al anciano si su hija había perdido a alguien recientemente.

-Mi hija hace mucho que permanece casi inerte en su cama. Muchas noches no puede dormir pensando en que el día siguiente será tan desolador como el anterior , o quizá el último sin haber tenido una historia de amor verdadero.

Días antes de ingresar en el hospital, había entregado mi última recopilación de relatos a la editorial. Quería olvidarme de la escritura por un tiempo o tal vez para siempre y abandonarme a la acción de los médicos en su lucha contra mi enfermedad. Estaba saliendo de los nebulosos días del postoperatorio, donde el único contacto con la realidad era el dolor sordo y punzante al que ya me había acostumbrado.

Me molestaban las visitas de familiares y amigos, en las que procuraba mantener un humor de circunstancias, mientras leía en sus rostros toda case de emociones contenidas. El que manifestaba un optimismo exaltado como haciéndome creer que me hallaba en un hotel de vacaciones. Quien me hundía aún más con su mirada de extremaunción. La exasperante pena de mi madre que una vez más me hacía sentir culpable por haberla defraudado con mi mala salud. Los que venían con prisa para cumplir.

Llegué a aborrecer los tranquilizantes tonos verdes de las paredes, el gris del armazón de la cama articulada, la madera natural de la mesilla. Echaba de menos los terciopelos rojos y las maderas negras de los bares nocturnos y su bullicio que pertenecían ya a un mundo lejano, en las antípodas de aquel ámbito aséptico. Tan solo me confortaba a veces, el trato profesionalmente dulce de algún personal sanitario.

-Mi hija esta en la octava planta. Cuando Usted se vaya recuperando, cuando se encuentre con ánimo, le ruego inicie una correspondencia con Clara. Es lo único realmente valioso que puedo hacer por ella, mi último regalo, sin que ella lo sepa. No le queda mucho tiempo.

Tal vez mi enfermedad era la manifestación física de mi deseo inconsciente de terminar de una vez con una vida equivocada y cobarde. Acabar con la pesadilla de los deseos incumplidos, con la tensión incesante entre la realidad y los sueños.

Sin embargo, la propuesta de aquel anciano, tan romántica como absurda, me inyectó una substancia regeneradora y extraña que me empujaba de algún modo a salir a flote como un cadáver obstinado en salir a la superficie. Dos días más tarde escribí una primera carta a Clara, fantaseando con ser un antiguo admirador secreto que hasta ese momento nunca se atrevió a dirigirse a ella. El remite indicaba un apartado de correos, que no era otro que mi habitación 407 de la cuarta planta.

Su respuesta fue amable y tristemente lánguida. Agradecía que aunque muy tarde, me hubiera decidido a manifestarle mis sentimientos, para finalmente despedirse comunicándome que se hallaba muy enferma y sin ánimo para nada, me invitaba a que no le volviera a escribir.

Tras leer aquellas líneas sin esperanza, desde mi propio desánimo me propuse aliviar sus últimas semanas. Sin intención de ofrecerle una gran historia de amor terminal, tan solo pretendía reconfortarla reconfortándome a mí mismo.

En la segunda misiva le dije que el destino había querido que ambos viviéramos la misma situación. Solo alguien también enfermo como ella podía entender sus extravíos, su dolor y su desesperanza. Iniciamos una correspondencia febril que solo nosotros podíamos comprender. Por fin alguien se hacía cargo del dolor íntimo que cada uno sentía en soledad hasta la llegada de aquellas cartas, en una empatía sublimada por la desesperación.

Lo que nunca en mi vida había escrito por pudor o por vergúenza, lo vertía sin censuras en aquellas últimas cartas a Clara, cada vez más exaltadas, más desesperadas. Ella era mi única ilusión, mi consuelo para los últimos momentos. Yo para ella la razón tardía que justificaba una vida vacía hasta entonces. Besábamos nuestras cartas en el punto donde a veces aparecía la tinta corrida por alguna lágrima, absortos por un sentimiento de comunión absoluta. Con todo ya perdido, solo temíamos el día en que uno de los dos desapareciera.

Esta mañana el anciano, a la hora en que no hay visitas me ha traído en mano carta de Clara. Una carta que ya no precisaba respuesta .Hallé un último consuelo en sus ojos azules que desprendían un brillo de alegría sombría. Agradeciéndome mi acción desapareció de la habitación súbitamente como un ser de otro mundo. Los aparatos de control electrónico empezaron a pitar frenéticos y quedé en paz para siempre.

8 comentarios:

tecla dijo...

Cronopio:
Estoy muy contenta de que estés aquí.
Ojalá que estuvieras con más frecuencia.
Esta noche es muy tarde y no me puedo parar a leerte.
Mañana salgo de viaje y he de madrugar.
Te leeré más despacio.
Pero no me quería ir a dormir sin saludarte efusivamente.
Un abrazo.

Novicia Dalila dijo...

Que bonito, Crono.
Que bonito y que triste.
Pero esa esperanza en los últimos momentos. Esa ilusión cuando ya no se espera nada... Debe ser algo maravilloso y triste a la vez.
Me ha encantado.

Muchas gracias.

Un beso

ilya dijo...

Jó... Entre tu relato y el documental que vi anoche en la tele sobre tráfico de cadáveres... me están dando unas ganas dejar de fumar que ni te imaginas!

Un besazo. Y otro para tu fabulosa inspiración.

Akroon dijo...

Su-bli-me... podría intentar extenderme, pero creo que estas tres sílabas resumen a la perfección y en formato compacto lo que quería expresar.

Con afecto.

pegasux69 dijo...

Joder amigo Crono. No son las perfectas descripciones de sentimientos, no es la impoluta construción de frases y párrafos, ni siquiera son las encantadoras seguidoras que te comentan... es la increible forma que tiene tu mente de inspirarse e inventar curiosas y originales historias. Un saludo

Anónimo dijo...

Preciosa tu historia de amor platónico terminal, que no podía tener otro final.

Me ha impresionado especialmente este párrafo: "Tal vez mi enfermedad era la manifestación física de mi deseo inconsciente de terminar de una vez con una vida equivocada y cobarde. Acabar con la pesadilla de los deseos incumplidos, con la tensión incesante entre la realidad y los sueños".

Impecable; un placer leerte.

Beso. :) Reina

Iris dijo...

Muy bonito pero irreal.
Y de ñapa te leo ahora que estoy de hospital hasta la coronilla!!!

Un beso de chocolate y multicolor

Nanny Ogg (Dolo Espinosa) dijo...

Escritura terminal, amor terminal, felicidad terminal. Deja el relato un sabor agridulce, entre romántico y trágico. Es, sencillamente, maravilloso.

Besos