
Aquel otoño empecé a ir a casa de mi amigo Alberto, al que conocí por azar. Entrar allí era como abrir la puerta a un mundo deslumbrante. Aquella sala con equipo de alta fidelidad, biblioteca hasta el techo y suntuosos sofás, me parecía un paraíso a solo unas estaciones de metro de mi domicilio. Mi casa -un pequeño piso- era de un minimalismo obrero desolador (casi maoísta) :Nevera en el comedor, flores de plástico sobre el televisor en blanco y negro, algunas sillas y como toda lectura posible periódicos atrasados y la guía telefónica. Música, la que ponían en la radio.
Acariciaba aquellos libros encuadernados en tapa dura, forrados en piel marrón y letras de oro...”La Segunda Guerra Mundial” en doce tomos. Obras completas de autores desconocidos, antologías poéticas, enciclopedias, metros y más metros de libros que llegaban hasta el techo. También una buena colección de discos de la época. Elepés de creativas carátulas, de jazz, clásica, grandes orquestas americanas...The Doors, Emerson , Lake and Palmer, Creedance C. R., Beatles y algunos más. Un universo por descubrir; el placer de saber, de aprender, el descubrimiento del arte y la cultura.
Volvía a mi espartana vivienda, de pronto tan inhóspita, como un condenado al destierro. Dentro del vagón del Metro, pensaba en como salir de mi ambiente para alcanzar aquel mundo idílico.
Así fue como quise abandonar el lugar que me correspondía como miembro de la clase obrera y tomé un camino probablemente equivocado para la gente de mi condición humilde. Me sumergí en los libros, la música, el cine, las ideas políticas, las reivindicaciones sociales y personales, con una voracidad de autodidacta. Un camino que me hacía sentir que había algo más que las clases clasificadas por el dinero y que todos podíamos ser iguales, con oportunidades, con acceso al conocimiento, la cultura , la libertad y una vida plena.
Más adelante me uní a grupos con esas ideas, no era difícil en la época, puesto que para una parte de la población era moda ser ...progre. Se denominaba así a una especie de ideología de amplio espectro, pero con señas de identidad definidas por el vestuario desaliñado, el pelo hirsuto, las gafas de pasta y en el rostro una permanente expresión de tristeza militante.
Eramos la esperanza de la nueva humanidad. Sesudos, estudiosos de libros de ensayo, biografías de revolucionarios rusos, lectores de salvadoras teorías económicas. Nos gustaban las fiestas sociales porque éramos socialistas (chiste de aquel tiempo). Si hablamos de cine, naturalmente solo pisábamos salas de arte y ensayo, rechazábamos todas las películas que no vinieran subtituladas y asistíamos a los cine-forum con ilusionada devoción.
Veníamos de unos años siniestros, de una educación castradora en un país desgraciado, cobarde y mezquino.