sábado, 18 de abril de 2009

INCLUSION



Algunas noches a eso de las diez coincidíamos camino del metro. Los dos salíamos de clase a esa hora. De academias distintas, como tantos otros que llenaban el andén con las carpetas bajo el brazo, después de una jornada de trabajo seguida de tres horas más de estudio. (Estudias o trabajas? Trabajo y estudio).

Para atajar el trayecto atravesábamos por el interior del Hospital Clínico, por pasillos grises de altos techos con una iluminación mortecina, vacíos y silenciosos. El olor a hospital pegado a la nariz nada más entrar en el edificio, anulaba la fragancia que fluía de su melena de rizos anchos y muy negros. El ambiente tétrico quedaba reforzado más de una vez por la visión de una camilla en un rincón sosteniendo un cuerpo tapado por una sábana. Así atravesábamos doscientos metros de hospital, leyendo los rótulos desconchados de prohibido el paso, peligro rayos X, área radiactiva, quirófanos sótano 1...cruzándonos con el personal sanitario de guardia que nos confundía con improbables estudiantes de enfermería.

Después el trayecto de cinco paradas de metro, en el que hablábamos amparados por el ruido del vagón. Salíamos al exterior sin saber muy bien que decir, de qué seguir hablando bajo la tensión que produce la presencia de los dos sexos. Agradecía en aquellos momentos la súbita inspiración de alguno de los dos, de la que surgía un tema de conversación recurrente que rompía la incomodidad de diez segundos de silencio.

Al llegar a su portal, frente a frente - ella con la carpeta sujeta a modo de escudo - su mirada brillante a la espera de que ocurriera algo. Una breve despedida, un hasta la próxima, las buenas noches.

Deshacía la presión de mi pecho subiendo las escaleras hasta mi piso de dos en dos. Cenaba cualquier cosa y me acostaba leyendo alguna sublime novela depresiva , como para buscar en aquellas páginas la fórmula que rompiera el bloque macizo y transparente como una inclusión, que me separaba de cualquier contacto. Como esos insectos atrapados en una gota de ámbar para toda la eternidad. No había remedio para mi mal interior, ninguna solución externa a la vista. Anhelaba que aquella existencia de pesadilla contenida, contínua y sorda acabase algún día.

Así soñaba lentamente hasta dormirme, sin saber aún que la solución estaba en mí mismo.

7 comentarios:

lys dijo...

Eso es, la solución está en ti, que pierdes con probar a acercarte?

Anda anímate, o dile que se anime, al personaje de tu historia le hace falta un empujoncito.

Te dejo un beso

Igrein dijo...

Holaaaaaaaaa!!!!!!!!

A ver, que yo ya estoy mayor y no me entero... esto te ha pasado o es ficción???
El darte cuenta de que la solución está en ti y el tener narices para hacer algo es muy difícil... normalmente, si la persona te gusta de verdad, los nervios no te dejan actuar tal y como querrías y el miedo a parecer patoso hsace que te frenes... no hay nada mejor que ser un témpano de hielo... jajaja!!!

Un besazooo!!!

Inés Perada dijo...

La solución ( casi ) siempre está en uno mismo.

Salud.

Nanny Ogg (Dolo Espinosa) dijo...

Ah, cuando eres adolescente siempre te parece que nada, absolutamente nada, tiene solución. Cuesta años darse cuenta de que, la mayoría de las veces, la solución está en uno mismo.

Besos

ISABEL TEJERA CARRETERO dijo...

A ver como lo digo... ¿ y no era yo? Esos pasillos del hospital alguna vez los he recorrído y esos cuerpos los he visto. ¿ es invención o relidad?

Novicia Dalila dijo...

Yo estoy de acuerdo con Lys, pero el empujón os lo pegaba a los dos... Refugiarse en lecturas depresivas en busca de vidas más tristes que las nuestras no es la solución. Sólo se vive una vez.

Un beso, Crono

tecla dijo...

Todo está dentro de nosotros Cronopio.
Sólo hay que pararse a buscarnos.
Un saludo.
Me ha gustado tu texto. Felicidades.