sábado, 25 de abril de 2009

ELOGIO DEL HUMO



Para quienes no tenemos patria, ni bandera, ni religión. Para los que ni siquiera creemos en un equipo de fútbol y ya tenemos una edad en que tampoco podemos creer en lo único que creíamos en la juventud: el ser humano. O quizá, algunos escogidos seres humanos. Para los completos descreídos. Para los nihilistas y los escépticos de toda índole, hastiados de tanta mezquindad, de tanta ruina y rutina.

Para todos nosotros existe un bálsamo sencillo, disponible, amable, humilde, frágil, personal y casi intransferible. Un objeto amigo de nuestros dedos y de nuestros labios que aún no han abandonado la lejana etapa oral.

En las celebraciones, en los momentos alegres, nos acompaña. Sus volutas adornan el aire que nos rodea con una apoteosis barroca de azules y grises sobre fondo de colores.
Nos ayuda a ocultar la turbación ante alguien especial que nos conmueve. O simplemente nos proporciona un placer inmediato y fugaz.

Pero es en los momentos amargos cuando cobra realmente sentido. Cuando ya no nos queda nada más que nuestra negra y absoluta soledad, es cuando comparte con nosotros esos pensamientos silenciosos como de vacío andén nocturno, que nadie puede entender. Es entonces cuando el rojo incandescente de la punta actúa como única luz y el humo aspirado es el único consuelo frente al mundo.

Para quienes fuimos mitómanos del cine, nos queda revisar películas anteriores a 1990, donde el humo flotaba en los platós y dotaba a las actrices de una elegancia suprema en sus sensuales exhalaciones. Pocos fetiches fueron tan potentes como aquellos filtros manchados de carmín...

Algunos médicos vuelven a recomendarlo. Consideran inhumano salir del trabajo y entrar en un bar donde esta prohibido. Han comprendido que es una tortura políticamente correcta, el no poder desahogarse cinco minutos de la tensión acumulada durante horas.

No lo olviden, fumar es de débiles.

sábado, 18 de abril de 2009

INCLUSION



Algunas noches a eso de las diez coincidíamos camino del metro. Los dos salíamos de clase a esa hora. De academias distintas, como tantos otros que llenaban el andén con las carpetas bajo el brazo, después de una jornada de trabajo seguida de tres horas más de estudio. (Estudias o trabajas? Trabajo y estudio).

Para atajar el trayecto atravesábamos por el interior del Hospital Clínico, por pasillos grises de altos techos con una iluminación mortecina, vacíos y silenciosos. El olor a hospital pegado a la nariz nada más entrar en el edificio, anulaba la fragancia que fluía de su melena de rizos anchos y muy negros. El ambiente tétrico quedaba reforzado más de una vez por la visión de una camilla en un rincón sosteniendo un cuerpo tapado por una sábana. Así atravesábamos doscientos metros de hospital, leyendo los rótulos desconchados de prohibido el paso, peligro rayos X, área radiactiva, quirófanos sótano 1...cruzándonos con el personal sanitario de guardia que nos confundía con improbables estudiantes de enfermería.

Después el trayecto de cinco paradas de metro, en el que hablábamos amparados por el ruido del vagón. Salíamos al exterior sin saber muy bien que decir, de qué seguir hablando bajo la tensión que produce la presencia de los dos sexos. Agradecía en aquellos momentos la súbita inspiración de alguno de los dos, de la que surgía un tema de conversación recurrente que rompía la incomodidad de diez segundos de silencio.

Al llegar a su portal, frente a frente - ella con la carpeta sujeta a modo de escudo - su mirada brillante a la espera de que ocurriera algo. Una breve despedida, un hasta la próxima, las buenas noches.

Deshacía la presión de mi pecho subiendo las escaleras hasta mi piso de dos en dos. Cenaba cualquier cosa y me acostaba leyendo alguna sublime novela depresiva , como para buscar en aquellas páginas la fórmula que rompiera el bloque macizo y transparente como una inclusión, que me separaba de cualquier contacto. Como esos insectos atrapados en una gota de ámbar para toda la eternidad. No había remedio para mi mal interior, ninguna solución externa a la vista. Anhelaba que aquella existencia de pesadilla contenida, contínua y sorda acabase algún día.

Así soñaba lentamente hasta dormirme, sin saber aún que la solución estaba en mí mismo.

sábado, 4 de abril de 2009

REVELACION



Basilio, sentado mirando fijamente las baldosas del suelo, se maldecía a sí mismo. Pensaba en el aspecto tan poco atractivo que ofrecía, detestando algunos defectos de su físico, que para los demás pasaban inadvertidos y que él exageraba. Odiaba su torpeza a la hora de relacionarse verbalmente con los demás. Se le ocurrían las respuestas precisas a las situaciones comprometidas, horas más tarde de que el oponente le hubiera vencido fácilmente. Vivía aplastado por su invencible timidez.

Sumido en esos sombríos pensamientos, se imaginaba al lado de Sílvia tan guapa, instalada en la seguridad de su belleza, en su chispeante inteligencia y en el poder de su hechizo y la pareja le pareció imposible. Entonces trató de figurarse que era atractivo, elegante, ingenioso, espontáneo, audaz y que ella le admiraba y se rendía a sus encantos. Agotado por sus cavilaciones cayó en un profundo sueño.

A media tarde, un ruido de pasos le despertó de su ensoñación y momentos después en el umbral apareció Sílvia. Basilio se levantó mirándola turbado. Ella le saludó con la displicencia de otras veces. De pronto, Basilio sintió un desmayo interior que dio paso a una revelación. Todo a su alrededor se tiñó de un amarillo luminiscente. Una fuerza que parecía brotar de sus entrañas, hizo realidad su sueño; su estatura creció unos centímetros, su porte se volvió apuesto, sus ojos tristes se iluminaron con un brillo centelleante, su timidez se convirtió en audacia y sus dudas en seguridad.

Todo quedó transfigurado por la fuerza del amor, cuando las manos de Basilio rodearon el talle de Sílvia que respondía a su impulso con la misma pasión que él. Y Basilio por primera vez descubrió el sentimiento de amarse a sí mismo.