
Podría parecer a simple vista un anillo para un dedo gordo. Coronaba su parte superior, un pequeño cilindro de brillo metálico, envuelto en un material gomoso y transparente, --el mismo que formaba el aro- del que surgían dos orejitas como de conejo en miniatura. La extravagante alianza era flexible, extensible y dúctil. A las orejitas se les adivinaba una movilidad frenética a juzgar por como temblaban con solo tocarlas.
Se diría que era un anillo universal adaptable a cualquier diámetro, ventaja ésta que facilitaba su fabricación en grandes series.
La hoja de instrucciones (en inglés), aseguraba las bondades de la pieza, mediante didácticos dibujos que ilustraban sobre su uso y aplicaciones. El extraño cilindro superior albergaba un micromotor accionado con una pequeña pila de reloj de pulsera.
El mando para ponerlo en marcha era un simple taponcito en el extremo derecho del cilindro que actuaba dándole un pequeño giro.
Con la ilusión que toda compra produce, Oswaldo abandonó la tienda del señor de los anillos, atravesó alegre y veloz las calles deseando encontrarse con Jennifer, su novia.
Una vez en casa, impaciente, quiso compartir con ella las alegrías que prometía la publicidad del producto.
Desenvolvió torpe y urgentemente el anillo para mostrárselo a Jenny. Ella no entendía aquella especie de sortija transparente y temblorosa. Él le anunció que aquel anillo los mantendría muy unidos en el futuro.
Oswaldo, con la impaciencia propia de un enamorado quiso probar en el acto el singular anillo, animado por su fe en la tecnología y su entusiasmo por los diseñadores de vanguardia.
Desplegó todo su ardor con Jenny, que sorprendida y divertida se unió enseguida a la acción aportando su mejor disposición al encuentro amoroso. Oswaldo respondió con rapidez a los estímulos de su pareja, de forma que su órgano copulador en pocos segundos adquirió la dureza necesaria para ser rodeado en su base por la misteriosa sortija.
Tumbado boca arriba, invitó a Jenny a sentarse sobre él para acoplarse profundamente. Excitado por la novedad y el anhelo de estrenar nuevas y placenteras experiencias, se apresuró a accionar el anillo girando levemente el taponcito interruptor.
Al instante un sonido de moscardón se interpuso entre el diálogo de los amantes. La frenética vibración del micromotor movía las orejitas del conejo en miniatura a tal velocidad que desaparecían de la vista, semejando alas de colibrí. Como su función no era otra que estimular el centro del placer de Jenny, Oswaldo al principio esperanzado en el satisfactorio resultado, cayó en una súbita decepción al observar a su compañera sobre él, sonriente y distraída mirando hacia la ventana.
Esta visión, sumada a las paradas involuntarias del aparato provocadas por un mal contacto eléctrico (Made in China), las idas y venidas de sus dedos nerviosos girando y ajustando el taponcito, provocaron al poco tiempo, la distensión de su miembro que ya flácido cabeceó a un lado rodeado tristemente por aquella alianza que en lugar de unir a los amantes en los placeres intensos del amor, los deshizo en risas.
La mirada burlesca de Jenny, aumentó la contrariedad de Oswaldo. De explorador de nuevas técnicas pasó a ser una ridícula víctima de la publicidad engañosa. Herido en su dignidad, resolvió volver al día siguiente a la tienda y juró vengarse del señor de los anillos.
